miércoles, 2 de marzo de 2016

MINATURA: ARTÍCULO DEL OESTE ESPACIAL



Este artículo lo redacté hace algún tiempo para colaboraciones de la revista digital Minatura. Fue publicado en el dossier 140, Space Western.

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UNA PICA EN FLANDES

El Space Western es un género que fusiona la conquista del viejo Oeste americano con la ciencia ficción espacial. Borrando diferencias geográficas, estos fenómenos se desenvuelven dentro del más verídico contexto social con el mundialmente publicitado logro de misiones terrestres tripuladas. Ambos son dos universos encontrados en el tiempo y el espacio de un tercero: la imaginación brillante de un novelista o cineasta. Al amparo de tales perspectivas transcienden géneros y subgéneros ficticios  de la estudiada variedad spacewesterniana,  instalándose en un plano casi temerario de realidad y convivencia que la integra por completo en nuestras vidas.

  Y ya que de dimensiones alternativas hablamos, a caballo entre lo verdadero y lo falso, explicitando un enfoque  práctico y objetivo la realidad supera a la ficción cuando, ambas, mirándose a los ojos son representadas desafiantes junto a una diligencia de indios y pistoleros de gatillo fácil contra alienígenas subidos a platillos volantes  a quiénes se les ha declarado la guerra, si no  han adelantado ellos la fechoría. A renglón seguido estaría la literatura de frontera, más detectivesca; o  vertientes del calibre del mismísimo Spaghetti Western, Steam Fiction, Steampunk, Biopunk, etc.

    La atrayente conquista del espacio surge en el siglo de la aviación y su constante perfeccionamiento técnico “dando alas”. Se alcanzaba así, de la mano de tal consecución, el punto limítrofe entre lo auténtico  y lo  imposible. La primera guerra mundial y la segunda con el genocidio judío llevado a cabo por los alemanes nazis agarrados al antisemitismo pusieron las miras en  la creación y financiación de ambiciosos proyectos armamentísticos internacionales, terrestres y aéreos. Enlazando llegó como consecuencia la Guerra fría, el muro de Berlín, el Telón de acero…Espionaje y contraespionaje entraron en escena protagonistas del pulso – de cuyos tejemanejes dan buena cuenta los recién desclasificados documentos del KGB-. Un semillero de agentes y dobles agentes germinó paseando el panorama mundial.

Y si bien es verdad, que la brecha la abrieron los soviéticos y su comunismo, enemigo  público número uno de USA, apuntándose el tanto de la primicia, no es menos cierto que las aspiraciones de otras muchas potencias estaban puestas con anterioridad en él a pesar de las fallidas intentonas que  cargaban a la espalda. Amargo trago para los “patrióticos y solidarios Estados Unidos de Norteamérica” tener que circunscribirse a  huéspedes y no ser anfitriones”. Y, aunque eso fue mucho antes, ellos manejaron los hilos del proceso terrestre Western –por apego al anglicismo –, difícil, pues, superar la derrota. Recordarles lo de la esclavitud no es prudente porque se niegan a aceptarlo; por fortuna: el cine, la televisión y los libros han sido y son los encargados de hacerlo.

   Alcanzar el espacio, sea a costa de lo que sea, es la meta desde que ciertos deformadores visionarios vaticinaran presencias marcianitas con vidas inteligentes muy superiores. La Astronomía, las Ciencias Aeroespaciales y sus avances tendieron el puente en el momento preciso en que el hombre se lanza  sin tregua a la conquista del Cosmos con el firme propósito de establecer allí un estricto organigrama. Al afán de derribar fronteras interplanetarias se suma la contribución de una tecnología futurista y retrofuturista a la que, al parecer,  hemos acogido como la panacea de tantas lacras sociales que nos asolan en el mundo en que vivimos. Su perfeccionamiento bélico y armamentístico encauza tendencias  humanas tal vez sobrevaloradas.

Ante la invasión del Universo el planteamiento actual es muy claro: se puede ir más allá y llegar antes,  encontrar vida extraterrestre con la inestimable colaboración de expertos estudiosos de alienígenas. Hacerse con el “Imperio  Space westerniano”–cáptese la comparativa- empequeñece hazañas de la talla del mismísimo Gengis Kan; por superar supera hasta lo insuperable. Y si  no hay  vaqueros suficientes, se fabrican en serie soldaditos de plomo y que la NASA se ocupe de asumir el fiasco; ya se escuchará el lacónico comunicado oficial, con cara de circunstancias, del patriótico gobierno estadounidense: “Había que intentarlo” –o algo así-. Queda por ver si el terrícola está facultado para dicha empresa o, por el contrario, cultiva más bien el germen de su propia extinción.

  Se pretende, o eso dicen, descubrir para mayor tranquilidad un hábitat de repuesto ante la posible urgencia de abandonar Gaia si esta se abre en canal. Y, por supuesto, codearnos con nuestros vecinos los alienígenas, a los que sin dejarse ver ni responder
nunca a nuestros costosos saludos hicimos verdes con antenas, subidos a platillos volantes capaces de burlar la vigilancia de nuestros preciados radares, superdotados y con poderes… porque nos gustaban así. ¿Cómo nos recibirían caso de llegar? Igual hasta lo hacen en coro, al son de música que desconocemos, para engatusarnos antes de acabar engatusados –eso quiero pensar-:Hernán Cortés y Moctezuma se dieron la mano.

   Ambicioso proyecto el desafío del dominio sideral. Maniobrar en el Cosmos, toda una empresa. Desde que nos empeñamos en pasear ese territorio con nuestros mejores cacharritos e  ingenios del mercado terrestre, el género Space Western, instalado en un plano de realidad robada a la cienciafi  transciende fronteras. Y cabe preguntarse: si llegar al espacio, sumado a la manipulación y la propiedad del fenómeno nuclear extrayendo la infinita energía del átomo al romperse, el radical final de la segunda guerra mundial o el proyecto Manhattan, con el remate de dos bombas atómicas en Japón, dieron lugar a la Guerra fría y sus consecuencias, ¿cuántas guerras puede desencadenar conquistarlo? La proyección cinematográfica, Cowboys vs. aliens, del productor  Scott Mitchell Rosenberg, tiene, quizá, la respuesta. En ella no faltan ni naves espaciales, ni persecuciones ni tiroteos; hay también jinetes que se aventuran en el desierto y además de efectos especiales explosivos, por supuesto, como bien recupera su título, toma protagonismo todo un batallón de alienígenas. Vamos, que la ensalada entre los verdes y los aguerridos terrícolas americanos está servida. Recordar a Cowboy bebop (2001),  que es el anime que propició una serie de televisión es recomendable también.

Partiendo de tal premisa podemos decir que el dorado sideral existe. Seguros de que existe y de encontrarlo se trabaja en ello a destajo. Para ilustrarlo, pongamos por caso que, al fin y al cabo, tampoco habríamos concebido la existencia de las pirámides del área de Giza sin su propio testimonio presencial que lo acredita siglos y siglos después. Casi con total seguridad, de no tenerlas ahí, si alguien nos lo cuenta le habríamos tachado de fantasioso sobrevalorando capacidades humanas innegables –a menos que demos por bueno, para seguir atribuyendo superpoderes a los marcianitos, que eso, también lo hicieron ellos. De traca-.
 
   No estorba deliberar, sin embargo, si la inquietud y el deseo de descubrir, explorar, experimentar e ir más allá no nos estará desviando de cuestiones mucho más cercanas y prioritarias. Y si nuestras aspiraciones no nos acarrearán consecuencias irreversibles a todo nivel. Rigurosamente cierto es que la conquista del Oeste americano, hecha de vidas humanas con mucha, mucha sangre, sudor y lágrimas desde distintos puntos cardinales del mundo con el determinante Winchester en disponibilidad, comparable a los artilugios tecnológicos y armamentísticos actuales más capaces no nos da alas. Esta vez, se trata de maniobrar en el Cielo para, salvando las interfaces planetarias, movernos en él como peces en el agua.  Es lo que hacen en Star trek V: la última frontera (1989), salida del descomunal Universo creado por Gene Roddenberry, un Capitán, un Médico y el señor Spock. Ya que de la noche a la mañana se ven en el compromiso de liberar a unos rehenes terrestres en el planeta Nimbus III. También La Guerra de las Galaxias (1977) del director, guionista y productor George Lucas, es emblemática. En ella los acontecimientos parecen suceder sin nombres, tiempo ni lugar.

Si la literatura pone la primera piedra, el cine, la televisión los cómics y los videojuegos han sido y son los vectores que lo propagan en el tiempo y en el espacio imaginario. Se puede tomar como punto de partida al escritor Wilson Tucker, ya que  utilizó por
primera vez el término Space Opera en 1941 para referirse  a este específico estilo de las western operas. Popularizado a comienzos del siglo XX en Estados Unidos se percibía por aquel entonces como un sucedáneo  lleno de clichés y vicios. También está Hunter’s run,  que es la versión de un relato de Shadow Twin novelada por Daniel Abraham y George R.R. Martin, que se ambienta en un planeta fronterizo con localizadas referencias al lejano Oeste en sus historias.
  Y en cómics tendríamos a Flash Gordon, una historieta de ciencia ficción creada por el dibujante Alex Raymond el 7 de enero de 1934. Luego, fue adaptada a la televisión y el cine. Firefly, serie de televisión estadounidense, del creador Joss Whedon, retrata bien el núcleo de la cienciafi.  

   Pero pisando suelo sabemos muy poco de cualquier civilización, civilizaciones del Universo. Con un enemigo enfrente del que ignoramos todo por más que casi siempre se le presupone inteligente, experimentado y diestro, el error de cálculo puede fallar.

 Al declarar la guerra a nuestros vecinos “los egresados” y lanzarse a la conquista de planetas y planetas pudiera ser que seamos los conquistadores conquistados, todo hay que pensarlo. Que, al fin y al cabo, un planeta espacial  colonizamos, aproximadamente siete mil millones de pobladores, sin saber nada –y no estorba repetirlo- , ni el nombre ni la dirección ni las señas de identidad de nuestros más afectos o desafectos – no lo sabemos todavía- co-pobladores en el  Firmamento. Sin señales de vida por su parte, vamos. Por no saber no sabemos ni si existen. Habría que averiguar de qué avanzada –o rudimentaria-  tecnología se valen. A ver si en vez de encontrar vida inteligente en órbita encontramos pueblos indígenas y colonos o trenes y caballos. Rompiéndonos los esquemas, alteraría todo ello severamente nuestra conducta desbaratando una larga y costosa planificación. Porque nosotros ¿qué tenemos? A por el Séptimo Regimiento de Caballería no nos vamos a ir. Y el mencionado Winchester para eso no nos vale. Igual tiramos de armas de destrucción masiva, que las hay a mano, y ya está  –el Ébola, una posible opción-. ¿Y si son inmunes? El corte de manga es tibio. Ni tan lerdos ni tan perversos. Bromitas aparte, esto es muy serio.

  Disponemos de potentes telescopios espaciales, la espectroscopia nos ayuda a reconocer materiales, su composición y la atmósfera de un planeta. Ello puede dar pistas, sabríamos si es habitable o no. Pensar en vida alienígena requiere la existencia de elementos básicos –agua (al parecer, ya encontrada) y clorofila, carótenos…- aún no verificados. De la mano de la nave Orión, provista de modificaciones y arreglos, se persigue ahora la visita a Marte. ¿Y las coordenadas quién las da? ¿La NASA? Que Dios nos pille confesados.

Pero de todas formas es que metidos de lleno en la ardua empresa de la conquista derribando fronteras planetarias y creando asentamientos, otra cuestión copa mi mente llegados a este punto; si el desenlace fuera el de “vencedores”: ¿Construiríamos o destruiríamos, tropezando de nuevo en la misma piedra con el patético precedente a la espalda  y el persistente resquemor de aquellas progresivas pérdidas de nuestros grandes imperios a la sazón? Demasiadas guerras perdidas, nadie gana entrando en el circulo vicioso de la pescadilla que se muerde la cola. El apocalipsis cósmico o poco menos. En fin, no me encuentro con instrumentos yo para determinar, ya quisiera, si la humana es la mejor, la peor o la más contradictoriamente maravillosa especie. Es la  experiencia la que dicta que de la construcción a la destrucción hay un paso; en pocas horas se puede echar por tierra todo lo conseguido durante siglos de esfuerzo y laboriosidad. Desgraciadamente no podemos controlar  catástrofes naturales de ciertos órdenes inconmensurables de magnitud. Pero las recurrentes guerras mundiales ponen de manifiesto lo dañina que puede ser la mano del hombre atentando contra su propio hogar: la Tierra; arrasándola por el camino en plan trogloditas.

¿Y si hacemos lo mismo con las infraestructuras aeroespaciales? Cuidado, no nos precipitemos. Borrachos de triunfo, inmersos en nuestra propia derrota igual otea el Caballo de Troya. En mi modesta opinión, si luchamos por no desaparecer y además lo conseguimos, seguramente habremos ganado. Gravitar no es bueno; pisemos suelo. Además está la siguiente espinosa cuestión: escaseamos de recursos económicos, dicen algunos con razón, para satisfacer aquí en la Tierra hasta las  necesidades más básicas algunas veces. No tenemos medios suficientes para la conservación y el desarrollo sostenible de nuestro hábitat; o mejor dicho, los tenemos –según los estudiosos del tema- y lo que hacemos es desaprovecharlos alegremente diseñando macroproyectos que engullen cifras de muchos ceros en sus exponentes. Ciertas peregrinas iniciativas unidas a malas gestiones administrativas, corrupción, paro y algún otro etcétera, permiten que hablar de crisis no sea un tópico, según la visión menos flexible de determinados sectores.

  Posiblemente no sea así, quizá la cosa a medio o largo plazo dé sus frutos o los haya dado ya. La NASA,  todo hay que decirlo, lo bueno y lo malo, corona  titulares de brillantes logros como el hallazgo de agua en la Luna -uno de los grandes descubrimientos de primer orden- , la detección de un gigantesco meteorito en Júpiter, sobre Indonesia fue vista la explosión de un asteroides; ah, bueno, y sabemos que la Tierra tiene un “gemelo”. Desde el Observatorio del Teide, Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) con sede en Tenerife, dedicado a la investigación científica y el estudio y desarrollo astral, llegan también noticias esperanzadoras; todo parece ir por buen camino y progresar.

Pero es que, división de opiniones hay, eso está claro. Siempre digo que es bueno y necesario el apoyo a la investigación y el desarrollo de la ciencia en su conjunto, es bueno que se haga así, lo digo como lo siento, siempre que se tramiten los fondos con sensatez y lógica para, entre otras cosas, no acabar en el bolsillo de unos pocos oportunistas de turno o despilfarrados. Que se establezcan límites y se estudie que la unión haga la fuerza, es otro puntal. Desde noviembre de 1998 contamos con la Estación Espacial Internacional (ISS): centro de investigación con tripulación a bordo que tiene una gran superficie habitable en la órbita terrestre. Los países cooperantes son: Estados Unidos, Rusia, Europa, Canadá, Japón, Italia y Brasil. Juntos podemos.

 Sí; nos apasiona el Cielo y le queremos. Pero… ¿dónde se mete esa, idealizada o no, vida inteligente? En la novela de E.E. Esmith, The Skylark of Space (publicada por  primera vez en Amazing Stories en 1928),  prototipo de Space Opera Pulp, un científico viaja con una compañera en una nave espacial buscando civilizaciones alienígenas. Después el trabajo de Edmond Hamilton y Jack Williamson allá por los años 1930 y 1940 –fecha considerada la edad de oro de la ciencia ficción-  se hizo muy popular entre los lectores siendo imitado por otros escritores. Se dice que ellos inspiraron a Tucker y otros fans a usar la etiqueta para denominar a esta producción. Aunque fue, más bien, la novela anterior, Edison`s Conquest Of Mars, de Garrett P. Serviss, publicada en 1898,  en realidad la proto-cienciafi, engarzando todos los clichés del género: armamento de gran potencia, viaje a otros planetas en coches voladores, alienígenas malvados, batallas destructivas, doncellas y los otros ingredientes;  además aportaría en primicia la demostración del láser desintegrador.

   El caso es que damos por hecho la vida en astros ajenos aunque haya poca o ninguna base científica para afirmarla ni negarla, salvo un puñado de hipótesis y contrahipótesis aglutinadas aún en el cajón de sastre de la física experimental. Bien reforzadas, eso sí, 
por abundantes testimonios de falsos -¿o verdaderos?-  avistamientos civiles o militares de ovnis, aliens, visiones surrealistas, espionajes, abducciones, teorías conspirativas y otras paranoias primitas hermanas. A lo que se anexionan  multitud de conferencias programadas por expertos en campos científicos aeroespaciales que afirman sin paliativos que “ellos están ahí”. Sin indicios ni pruebas; tan sólo la sospecha.

Hasta la Academia Francesa de Las Ciencias ofreció, allá por la primera mitad del siglo XX, el premio Pierre Guzmán dotado con cien mil  francos para aquel que consiguiera respuesta de cualquier señal enviada a otro planeta. El propio Tesla hizo, con intención de ganarlo, un conato asegurando que “la vida en otros planetas es una certeza”. Y se afanó en el proceso de un dispositivo pequeño que produciría energía suficiente para emitir señales interestelares sin dispersión. Mientras trabajaba en algo relacionado con la telegrafía sin hilos confesó: “Poco a poco he entendido que soy el primero que ha oído un mensaje enviado de un planeta a otro”. El proyecto quedó, por supuesto, en agua de borrajas. Las mismas aguas en las que naufragó el teléfono con que su maestro,
Edison, quiso comunicarse con los muertos sin obtener nunca contestación.

   Nosotros los terrícolas invocamos a los verdes, queremos  contactar con ellos por tierra por aire o por mar. De día y de noche les perseguimos. Pero es que igual pudiera ser que vayan “ellos” ya por la teletransportación, la telepatía o la invisibilidad misma, codeándose desde el anonimato con esos seres chiquininos y como sin gracia que patean erráticos el planeta Tierra. Que a lo mejor están aquí y no nos reciben allí  por eso, es lo que quiero decir. O quizá, – los verdes, amarillos o azules con un par de antenas o sin ellas-  , haciéndose de rogar, posiblemente, desde sus ampulosos y cómodos aposentos aeroespaciales construidos, tal vez, en desconocidos astros inexpugnables -todo es hipotético- , hacen guiños, sonríen y se burlan ¿a la espera del momento preciso el día exacto? Existe una teoría que dice que los humanos somos un experimento (¿fallido?) de los extraterrestres. Pudiera ser que seamos el proceso evolutivo de alguna especie animal extinguida.

Visto así, nada nuevo bajo el sol. Pero… si como decía Einstein en la búsqueda de verdades científicas complejas efectivamente hay que pensar en otra dirección, ¿por qué no contemplar, dedicarle una momentánea posibilidad a la idea que da luz a que, quizá, ellos, los de allí, sean producto de alguna esporádica intentona humana en sus orígenes, difuminada en el espacio –nunca mejor dicho- y en el tiempo? Determinados a fantasear, si queremos, las supuestas imperfecciones del Macrouniverso podemos alegar ya puestos la endogamia entre planetas y sus hijos bastardos. Quién sabe; a lo mejor daba para un peliculón o una tetralogía. Pero no es el caso.

La imaginación es el estímulo del cerebro; necesita dar rienda a la materia prima;  es creativa e innovadora; está bien, pues, la narración ficticia de obras literarias, cinematográficas, documentales, periodísticas o televisivas. No obstante,  en los distintos escenarios de la vida misma ha de procesar poniendo a prueba la lógica aquellos valores prácticos entresacados de tal urdimbre. A eso se refería Einstein, supongo. Excluyendo la retórica de ciencias, pseudociencias, física experimental, leyes disparatadas y contrasentidos que echan para atrás, presentes en nuestro día a día. Dado que desembocan en conceptos enfrentados a máximas a las que solo, en muchos casos,  la explicación sensata de un Cosmos mutante parece poner en su sitio.

Hacer verdades de mentiras y mentiras de verdades no llevará nunca a buen puerto. Si el Universo es finito no podemos hacerlo infinito o viceversa, y si no lo sabemos, no lo sabemos. No es lo mejor ir de listos sacando de donde no hay, contingentes meramente especulares que solo tienden a la confusión y al rodeo, haciéndole infinito en el espacio y finito en el tiempo. Y si no nos hacemos con la física cuántica por su falta de valores definitivos o por lo que sea, no nos hacemos. Y si la constante cosmológica no existe no tenemos por qué afirmarla negando la expansión. El Universo, en su función ergonómica tiene sus propias leyes físicas, ocupa un lugar en el espacio-tiempo. Si ambas entidades son la misma cosa difícilmente podemos simultanear la finitud e infinitud de un mismo Universo. Teoría y contrateoría se aniquilan.

Yo desde luego, con mis aciertos y desaciertos, simplemente no comparto tal modus operandi. Por mucho que se trate de atar cabos y unificaciones experimentales físico-científicas –mecánica cuántica, aceleradores de partículas, el mismísimo experimento de Cavendish o la  teoría de Cuerdas… - la cosa no cuadra y descuadrada sigue. Bien que se trabaje en ello, pero que, por favor, los resultados si existen se expongan categóricos o que no se caiga
en dobles mensajes para, entre otras cosas algunas veces, justificar macroinversiones infructuosas de calibre gubernamental y hasta privadas o semiprivadas. Seguro que el creador de la ecuación física más famosa de la historia defendía la búsqueda de la verdad en las verdades. Y desde ahí, abrir  la puerta  a multitud de consideraciones está no solo permitido sino obligado.

En fin, tal como quiere dar a entender Star Trek quizá el espacio no es la última frontera. Ante el constante propósito de ir más allá, nos atañe descubrir qué hay o qué ignoramos que debemos saber. Si de veras encierra todo ello con llave los orígenes no solo del Universo como plataforma,  sino también  de la humanidad. Buscarlo en órbita no es lo prohibido. Y además: ¿tendrán ellos, los otros, los conocimientos de sus orígenes en el bolsillo? ¿Y si los buscaran, sin encontrarlos, en el seno de nuestra propia civilización? A ver si los extraterrestres no son tan inteligentes ni los hombres de acá tan zotes.

No dispongo de conocimientos para la defensa; tampoco para el ataque. Dónde estará la verdad y dónde acabará la mentira. En qué esquina se encontrarán, casi seguro,  para chocar frontalmente en el punto cero. Que cada cual saque sus propias conclusiones.
“En algún lugar tiene que haber alguien” según Pedro Duque, al referirse a la inteligencia extraterrestre. Bueno, él estuvo allí.

Mari Carmen Caballero Álvarez




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