Este
artículo lo redacté hace algún tiempo para colaboraciones de la revista digital
Minatura. Fue publicado en el dossier 140, Space Western.
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UNA PICA EN FLANDES
El
Space Western es un género que fusiona la conquista del viejo Oeste americano con
la ciencia ficción espacial. Borrando diferencias geográficas, estos fenómenos
se desenvuelven dentro del más verídico contexto social con el mundialmente
publicitado logro de misiones terrestres tripuladas. Ambos son dos universos encontrados
en el tiempo y el espacio de un tercero: la imaginación brillante de un
novelista o cineasta. Al amparo de tales perspectivas transcienden géneros y
subgéneros ficticios de la estudiada variedad
spacewesterniana, instalándose en un
plano casi temerario de realidad y convivencia que la integra por completo en nuestras
vidas.
Y ya que de dimensiones alternativas
hablamos, a caballo entre lo verdadero y lo falso, explicitando un enfoque práctico y objetivo la realidad supera a la
ficción cuando, ambas, mirándose a los ojos son representadas desafiantes junto
a una diligencia de indios y pistoleros de gatillo fácil contra alienígenas
subidos a platillos volantes a quiénes
se les ha declarado la guerra, si no han
adelantado ellos la fechoría. A renglón seguido estaría la literatura de
frontera, más detectivesca; o vertientes
del calibre del mismísimo Spaghetti Western, Steam
Fiction, Steampunk, Biopunk, etc.
La
atrayente conquista del espacio surge en el siglo de la aviación y su constante
perfeccionamiento técnico “dando alas”. Se alcanzaba así, de la mano de tal
consecución, el punto limítrofe entre lo auténtico y lo
imposible. La primera guerra mundial y la segunda con el genocidio judío
llevado a cabo por los alemanes nazis agarrados al antisemitismo pusieron las
miras en la creación y financiación de ambiciosos
proyectos armamentísticos internacionales, terrestres y aéreos. Enlazando llegó
como consecuencia la Guerra
fría, el muro de Berlín, el Telón de acero…Espionaje y contraespionaje entraron
en escena protagonistas del pulso – de cuyos tejemanejes dan buena cuenta los
recién desclasificados documentos del KGB-. Un semillero de agentes y dobles
agentes germinó paseando el panorama mundial.
Y
si bien es verdad, que la brecha la abrieron los soviéticos y su comunismo, enemigo
público número uno de USA, apuntándose
el tanto de la primicia, no es menos cierto que las aspiraciones de otras
muchas potencias estaban puestas con anterioridad en él a pesar de las fallidas
intentonas que cargaban a la espalda. Amargo
trago para los “patrióticos y solidarios Estados Unidos de Norteamérica” tener
que circunscribirse a huéspedes y no ser
anfitriones”. Y, aunque eso fue mucho antes, ellos manejaron los hilos del
proceso terrestre Western –por apego al anglicismo –, difícil, pues, superar la
derrota. Recordarles lo de la esclavitud no es prudente porque se niegan a
aceptarlo; por fortuna: el cine, la televisión y los libros han sido y son los
encargados de hacerlo.
Alcanzar el espacio, sea a costa de lo que
sea, es la meta desde que ciertos deformadores visionarios vaticinaran
presencias marcianitas con vidas inteligentes muy superiores. La Astronomía, las Ciencias
Aeroespaciales y sus avances tendieron el puente en el momento preciso en que
el hombre se lanza sin tregua a la conquista
del Cosmos con el firme propósito de establecer allí un estricto organigrama. Al
afán de derribar fronteras interplanetarias se suma la contribución de una
tecnología futurista y retrofuturista a la que, al parecer, hemos acogido como la panacea de tantas lacras
sociales que nos asolan en el mundo en que vivimos. Su perfeccionamiento bélico
y armamentístico encauza tendencias humanas tal vez sobrevaloradas.
Ante
la invasión del Universo el planteamiento actual es muy claro: se puede ir más
allá y llegar antes, encontrar vida extraterrestre
con la inestimable colaboración de expertos estudiosos de alienígenas. Hacerse
con el “Imperio Space westerniano”–cáptese
la comparativa- empequeñece hazañas de la talla del mismísimo Gengis Kan; por superar
supera hasta lo insuperable. Y si no hay vaqueros suficientes, se fabrican en serie soldaditos
de plomo y que la NASA
se ocupe de asumir el fiasco; ya se escuchará el lacónico comunicado oficial,
con cara de circunstancias, del patriótico gobierno estadounidense: “Había que
intentarlo” –o algo así-. Queda por ver si el terrícola está facultado para
dicha empresa o, por el contrario, cultiva más bien el germen de su propia
extinción.
Se pretende, o eso dicen, descubrir para
mayor tranquilidad un hábitat de repuesto ante la posible urgencia de abandonar
Gaia si esta se abre en canal. Y, por supuesto, codearnos con nuestros vecinos
los alienígenas, a los que sin dejarse ver ni responder
nunca
a nuestros costosos saludos hicimos verdes con antenas, subidos a platillos
volantes capaces de burlar la vigilancia de nuestros preciados radares,
superdotados y con poderes… porque nos gustaban así. ¿Cómo nos recibirían caso
de llegar? Igual hasta lo hacen en coro, al son de música que desconocemos,
para engatusarnos antes de acabar engatusados –eso quiero pensar-:Hernán Cortés
y Moctezuma se dieron la mano.
Ambicioso proyecto el desafío del dominio
sideral. Maniobrar en el Cosmos, toda una empresa. Desde que nos empeñamos en
pasear ese territorio con nuestros mejores cacharritos e ingenios del mercado terrestre, el género
Space Western, instalado en un plano de realidad robada a la cienciafi transciende fronteras. Y cabe preguntarse: si
llegar al espacio, sumado a la manipulación y la propiedad del fenómeno nuclear
extrayendo la infinita energía del átomo al romperse, el radical final de la
segunda guerra mundial o el proyecto Manhattan, con el remate de dos bombas
atómicas en Japón, dieron lugar a la
Guerra fría y sus consecuencias, ¿cuántas guerras puede
desencadenar conquistarlo? La proyección cinematográfica, Cowboys vs. aliens,
del productor Scott Mitchell Rosenberg, tiene,
quizá, la respuesta. En ella no faltan ni naves espaciales, ni persecuciones ni
tiroteos; hay también jinetes que se aventuran en el desierto y además de
efectos especiales explosivos, por supuesto, como bien recupera su título, toma
protagonismo todo un batallón de alienígenas. Vamos, que la ensalada entre los
verdes y los aguerridos terrícolas americanos está servida. Recordar a Cowboy bebop (2001), que es el anime que propició una serie de televisión
es recomendable también.
Partiendo
de tal premisa podemos decir que el dorado sideral existe. Seguros de que
existe y de encontrarlo se trabaja en ello a destajo. Para ilustrarlo, pongamos
por caso que, al fin y al cabo, tampoco habríamos concebido la existencia de
las pirámides del área de Giza sin su propio testimonio presencial que lo
acredita siglos y siglos después. Casi con total seguridad, de no tenerlas ahí,
si alguien nos lo cuenta le habríamos tachado de fantasioso sobrevalorando capacidades
humanas innegables –a menos que demos por bueno, para seguir atribuyendo
superpoderes a los marcianitos, que eso, también lo hicieron ellos. De traca-.
No estorba deliberar, sin embargo, si la
inquietud y el deseo de descubrir, explorar, experimentar e ir más allá no nos
estará desviando de cuestiones mucho más cercanas y prioritarias. Y si nuestras
aspiraciones no nos acarrearán consecuencias irreversibles a todo nivel. Rigurosamente
cierto es que la conquista del Oeste americano, hecha de vidas humanas con
mucha, mucha sangre, sudor y lágrimas desde distintos puntos cardinales del
mundo con el determinante Winchester en disponibilidad, comparable a los
artilugios tecnológicos y armamentísticos actuales más capaces no nos da alas. Esta
vez, se trata de maniobrar en el Cielo para, salvando las interfaces
planetarias, movernos en él como peces en el agua. Es lo que hacen en Star trek V: la última
frontera (1989), salida del descomunal Universo creado por Gene Roddenberry, un
Capitán, un Médico y el señor Spock. Ya que de la noche a la mañana se ven en
el compromiso de liberar a unos rehenes terrestres en el planeta Nimbus III.
También La Guerra
de las Galaxias (1977) del director, guionista y productor George Lucas, es
emblemática. En ella los acontecimientos parecen suceder sin nombres, tiempo ni
lugar.
Si la literatura pone la primera piedra, el cine, la
televisión los cómics
y los videojuegos han sido y son los vectores que lo propagan en el tiempo y en
el espacio imaginario. Se puede tomar como punto de
partida al escritor Wilson Tucker, ya que utilizó por
primera
vez el término Space Opera en 1941 para referirse a este específico estilo de las western
operas. Popularizado a comienzos del siglo XX en Estados Unidos se percibía por
aquel entonces como un sucedáneo lleno
de clichés y vicios. También está Hunter’s run, que es la versión de un relato de Shadow Twin novelada por Daniel Abraham y
George R.R. Martin, que se ambienta en un planeta
fronterizo con localizadas referencias al lejano Oeste en sus historias.
Y en cómics tendríamos a Flash Gordon, una
historieta de ciencia ficción creada por el dibujante Alex Raymond el 7 de
enero de 1934. Luego, fue adaptada a la televisión y el cine. Firefly, serie de televisión
estadounidense, del creador Joss Whedon, retrata bien el núcleo de la
cienciafi.
Pero pisando suelo sabemos muy poco de
cualquier civilización, civilizaciones del Universo. Con un enemigo enfrente
del que ignoramos todo por más que casi siempre se le presupone inteligente,
experimentado y diestro, el error de cálculo puede fallar.
Al declarar la guerra a nuestros vecinos “los
egresados” y lanzarse a la conquista de planetas y planetas pudiera ser que
seamos los conquistadores conquistados, todo hay que pensarlo. Que, al fin y al
cabo, un planeta espacial colonizamos,
aproximadamente siete mil millones de pobladores, sin saber nada –y no estorba
repetirlo- , ni el nombre ni la dirección ni las señas de identidad de nuestros
más afectos o desafectos – no lo sabemos todavía- co-pobladores en el Firmamento. Sin señales de vida por su parte,
vamos. Por no saber no sabemos ni si existen. Habría que averiguar de qué
avanzada –o rudimentaria- tecnología se
valen. A ver si en vez de encontrar vida inteligente en órbita encontramos
pueblos indígenas y colonos o trenes y caballos. Rompiéndonos los esquemas,
alteraría todo ello severamente nuestra conducta desbaratando una larga y
costosa planificación. Porque nosotros ¿qué tenemos? A por el Séptimo Regimiento
de Caballería no nos vamos a ir. Y el mencionado Winchester para eso no nos
vale. Igual tiramos de armas de destrucción masiva, que las hay a mano, y ya
está –el Ébola, una posible opción-. ¿Y
si son inmunes? El corte de manga es tibio. Ni tan lerdos ni tan perversos. Bromitas
aparte, esto es muy serio.
Disponemos de potentes telescopios espaciales,
la espectroscopia nos ayuda a reconocer materiales, su composición y la
atmósfera de un planeta. Ello puede dar pistas, sabríamos si es habitable o no.
Pensar en vida alienígena requiere la existencia de elementos básicos –agua (al
parecer, ya encontrada) y clorofila, carótenos…- aún no verificados. De la mano
de la nave Orión, provista de modificaciones y arreglos, se persigue ahora la
visita a Marte. ¿Y las coordenadas quién las da? ¿La NASA? Que Dios nos pille
confesados.
Pero
de todas formas es que metidos de lleno en la ardua empresa de la conquista
derribando fronteras planetarias y creando asentamientos, otra cuestión copa mi
mente llegados a este punto; si el desenlace fuera el de “vencedores”:
¿Construiríamos o destruiríamos, tropezando de nuevo en la misma piedra con el
patético precedente a la espalda y el
persistente resquemor de aquellas progresivas pérdidas de nuestros grandes
imperios a la sazón? Demasiadas guerras perdidas, nadie gana entrando en el
circulo vicioso de la pescadilla que se muerde la cola. El apocalipsis cósmico
o poco menos. En fin, no me encuentro con instrumentos yo para determinar, ya
quisiera, si la humana es la mejor, la peor o la más contradictoriamente
maravillosa especie. Es la experiencia
la que dicta que de la construcción a la destrucción hay un paso; en pocas
horas se puede echar por tierra todo lo conseguido durante siglos de esfuerzo y
laboriosidad. Desgraciadamente no podemos controlar catástrofes naturales de ciertos órdenes
inconmensurables de magnitud. Pero las recurrentes guerras mundiales ponen de
manifiesto lo dañina que puede ser la mano del hombre atentando contra su
propio hogar: la Tierra;
arrasándola por el camino en plan trogloditas.
¿Y
si hacemos lo mismo con las infraestructuras aeroespaciales? Cuidado, no nos
precipitemos. Borrachos de triunfo, inmersos en nuestra propia derrota igual
otea el Caballo de Troya. En mi modesta opinión, si luchamos por no desaparecer
y además lo conseguimos, seguramente habremos ganado. Gravitar no es bueno; pisemos
suelo. Además está la siguiente espinosa cuestión: escaseamos de recursos
económicos, dicen algunos con razón, para satisfacer aquí en la Tierra hasta las necesidades más básicas algunas veces. No tenemos
medios suficientes para la conservación y el desarrollo sostenible de nuestro
hábitat; o mejor dicho, los tenemos –según los estudiosos del tema- y lo que
hacemos es desaprovecharlos alegremente diseñando macroproyectos que engullen
cifras de muchos ceros en sus exponentes. Ciertas peregrinas iniciativas unidas
a malas gestiones administrativas, corrupción, paro y algún otro etcétera,
permiten que hablar de crisis no sea un tópico, según la visión menos flexible
de determinados sectores.
Posiblemente no sea así, quizá la cosa a
medio o largo plazo dé sus frutos o los haya dado ya. La NASA, todo hay que decirlo, lo bueno y lo malo,
corona titulares de brillantes logros
como el hallazgo de agua en la Luna
-uno de los grandes descubrimientos de primer orden- , la detección de un gigantesco
meteorito en Júpiter, sobre Indonesia fue vista la explosión de un asteroides;
ah, bueno, y sabemos que la Tierra
tiene un “gemelo”. Desde el Observatorio del Teide, Instituto de Astrofísica de
Canarias (IAC) con sede en Tenerife, dedicado a la investigación científica y
el estudio y desarrollo astral, llegan también noticias esperanzadoras; todo
parece ir por buen camino y progresar.
Pero
es que, división de opiniones hay, eso está claro. Siempre digo que es bueno y
necesario el apoyo a la investigación y el desarrollo de la ciencia en su
conjunto, es bueno que se haga así, lo digo como lo siento, siempre que se
tramiten los fondos con sensatez y lógica para, entre otras cosas, no acabar en
el bolsillo de unos pocos oportunistas de turno o despilfarrados. Que se establezcan
límites y se estudie que la unión haga la fuerza, es otro puntal. Desde noviembre
de 1998 contamos con la Estación Espacial Internacional (ISS): centro de
investigación con tripulación a bordo que tiene una gran superficie habitable
en la órbita terrestre. Los países cooperantes son: Estados Unidos, Rusia,
Europa, Canadá, Japón, Italia y Brasil. Juntos podemos.
Sí; nos apasiona el Cielo y le queremos. Pero…
¿dónde se mete esa, idealizada o no, vida inteligente? En la novela de E.E. Esmith,
The Skylark of Space (publicada por primera vez en Amazing Stories en 1928), prototipo de Space Opera Pulp, un científico viaja con una compañera
en una nave espacial buscando
civilizaciones alienígenas. Después el trabajo de Edmond Hamilton y Jack Williamson allá por los años 1930
y 1940 –fecha considerada la edad de oro de la ciencia ficción- se hizo muy popular entre los lectores siendo imitado
por otros escritores. Se dice que ellos inspiraron a Tucker y otros fans a usar
la etiqueta para denominar a esta producción. Aunque fue, más
bien, la novela anterior, Edison`s Conquest Of Mars, de Garrett P. Serviss,
publicada en 1898, en realidad la proto-cienciafi,
engarzando todos los clichés del género: armamento de gran potencia, viaje a
otros planetas en coches voladores, alienígenas malvados, batallas
destructivas, doncellas y los otros ingredientes; además aportaría en primicia la demostración
del láser desintegrador.
El caso es que damos por hecho la vida en
astros ajenos aunque haya poca o ninguna base científica para afirmarla ni
negarla, salvo un puñado de hipótesis y contrahipótesis aglutinadas aún en el
cajón de sastre de la física experimental. Bien reforzadas, eso sí,
por
abundantes testimonios de falsos -¿o verdaderos?- avistamientos civiles o militares de ovnis, aliens,
visiones surrealistas, espionajes, abducciones, teorías conspirativas y otras
paranoias primitas hermanas. A lo que se anexionan multitud de conferencias programadas por
expertos en campos científicos aeroespaciales que afirman sin paliativos que
“ellos están ahí”. Sin indicios ni pruebas; tan sólo la sospecha.
Hasta
la Academia Francesa de Las Ciencias ofreció, allá por la primera mitad del
siglo XX, el premio Pierre Guzmán dotado con cien mil francos para aquel que consiguiera respuesta
de cualquier señal enviada a otro planeta. El propio Tesla hizo, con intención
de ganarlo, un conato asegurando que “la vida en otros planetas es una
certeza”. Y se afanó en el proceso de un dispositivo pequeño que produciría
energía suficiente para emitir señales interestelares sin dispersión. Mientras
trabajaba en algo relacionado con la telegrafía sin hilos confesó: “Poco a poco
he entendido que soy el primero que ha oído un mensaje enviado de un planeta a
otro”. El proyecto quedó, por supuesto, en agua de borrajas. Las mismas aguas
en las que naufragó el teléfono con que su maestro,
Edison,
quiso comunicarse con los muertos sin obtener nunca contestación.
Nosotros los terrícolas invocamos a los
verdes, queremos contactar con ellos por
tierra por aire o por mar. De día y de noche les perseguimos. Pero es que igual
pudiera ser que vayan “ellos” ya por la teletransportación, la telepatía o la
invisibilidad misma, codeándose desde el anonimato con esos seres chiquininos y
como sin gracia que patean erráticos el planeta Tierra. Que a lo mejor están
aquí y no nos reciben allí por eso, es
lo que quiero decir. O quizá, – los verdes, amarillos o azules con un par de
antenas o sin ellas- , haciéndose de
rogar, posiblemente, desde sus ampulosos y cómodos aposentos aeroespaciales
construidos, tal vez, en desconocidos astros inexpugnables -todo es hipotético- , hacen guiños, sonríen y se
burlan ¿a la espera del momento preciso el día exacto? Existe una teoría que
dice que los humanos somos un experimento (¿fallido?) de los extraterrestres.
Pudiera ser que seamos el proceso evolutivo de alguna especie animal
extinguida.
Visto
así, nada nuevo bajo el sol. Pero… si como decía Einstein en la búsqueda de
verdades científicas complejas efectivamente hay que pensar en otra dirección,
¿por qué no contemplar, dedicarle una momentánea posibilidad a la idea que da
luz a que, quizá, ellos, los de allí,
sean producto de alguna esporádica intentona humana en sus orígenes, difuminada
en el espacio –nunca mejor dicho- y en el tiempo? Determinados a fantasear, si
queremos, las supuestas imperfecciones del Macrouniverso podemos alegar ya
puestos la endogamia entre planetas y sus hijos bastardos. Quién sabe; a lo
mejor daba para un peliculón o una tetralogía. Pero no es el caso.
La
imaginación es el estímulo del cerebro; necesita dar rienda a la materia
prima; es creativa e innovadora; está
bien, pues, la narración ficticia de obras literarias, cinematográficas,
documentales, periodísticas o televisivas. No obstante, en los distintos escenarios de la vida misma
ha de procesar poniendo a prueba la lógica aquellos valores prácticos
entresacados de tal urdimbre. A eso se refería Einstein, supongo. Excluyendo la
retórica de ciencias, pseudociencias, física experimental, leyes disparatadas y
contrasentidos que echan para atrás, presentes en nuestro día a día. Dado que
desembocan en conceptos enfrentados a máximas a las que solo, en muchos
casos, la explicación sensata de un
Cosmos mutante parece poner en su sitio.
Hacer
verdades de mentiras y mentiras de verdades no llevará nunca a buen puerto. Si
el Universo es finito no podemos hacerlo infinito o viceversa, y si no lo
sabemos, no lo sabemos. No es lo mejor ir de listos sacando de donde no hay, contingentes
meramente especulares que solo tienden a la confusión y al rodeo, haciéndole
infinito en el espacio y finito en el tiempo. Y si no nos hacemos con la física
cuántica por su falta de valores definitivos o por lo que sea, no nos hacemos. Y
si la constante cosmológica no existe no tenemos por qué afirmarla negando la
expansión. El Universo, en su función ergonómica tiene sus propias leyes
físicas, ocupa un lugar en el espacio-tiempo. Si ambas entidades son la misma
cosa difícilmente podemos simultanear la finitud e infinitud de un mismo Universo.
Teoría y contrateoría se aniquilan.
Yo
desde luego, con mis aciertos y desaciertos, simplemente no comparto tal modus operandi.
Por mucho que se trate de atar cabos y unificaciones experimentales físico-científicas
–mecánica cuántica, aceleradores de partículas, el mismísimo experimento de Cavendish
o la teoría de Cuerdas… - la cosa no
cuadra y descuadrada sigue. Bien que se trabaje en ello, pero que, por favor,
los resultados si existen se expongan categóricos o que no se caiga
en
dobles mensajes para, entre otras cosas algunas veces, justificar
macroinversiones infructuosas de calibre gubernamental y hasta privadas o semiprivadas.
Seguro que el creador de la ecuación física más famosa de la historia defendía
la búsqueda de la verdad en las verdades. Y desde ahí, abrir la puerta
a multitud de consideraciones está no solo permitido sino obligado.
En
fin, tal como quiere dar a entender Star Trek quizá el espacio no es la última frontera.
Ante el constante propósito de ir más allá, nos atañe descubrir qué hay o qué
ignoramos que debemos saber. Si de veras encierra todo ello con llave los
orígenes no solo del Universo como plataforma,
sino también de la humanidad. Buscarlo
en órbita no es lo prohibido. Y además: ¿tendrán ellos, los otros, los
conocimientos de sus orígenes en el bolsillo? ¿Y si los buscaran, sin
encontrarlos, en el seno de nuestra propia civilización? A ver si los
extraterrestres no son tan inteligentes ni los hombres de acá tan zotes.
No
dispongo de conocimientos para la defensa; tampoco para el ataque. Dónde estará
la verdad y dónde acabará la mentira. En qué esquina se encontrarán, casi
seguro, para chocar frontalmente en el
punto cero. Que cada cual saque sus propias conclusiones.
“En
algún lugar tiene que haber alguien” según Pedro Duque, al referirse a la inteligencia
extraterrestre. Bueno, él estuvo allí.
Mari
Carmen Caballero Álvarez
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