Sentada en mi
modesto sillón de la salita, ahora que termina el año hago balance.
Después de observar en televisión al político de turno
afirmando contundentemente
que todo va a cambiar, que en breve estaremos mejor, que la
economía mejorará y
habra menos paro, que la prima de riesgo va a bajar y la frase malversación de fondos
desaparecerá de nuestros labios, que cerraremos las fronteras a los paraísos fiscales y
desaparecerá de nuestros labios, que cerraremos las fronteras a los paraísos fiscales y
el blanqueo o la fuga de capitales serán una utopía, que no se impondrán recortes drásticos y
la psicosis colectiva delos desahucios será agua pasada porque “todo se arreglará”,
creo percatarme de que se lo cree hasta él. Algo alienado le intuyo en el callejón
sin salida que le toca habitar
-no me encuentro en posición yo, de determinar a dedo
quiénes sean culpables y
quiénes no. La situación política, social y económica es la
que es y a eso me circunscribo sin enredarme en entresijos meramente
especulares- . “¿Estaré soñando?”,
me pregunto en duermevela, mientras busco flecos de
optimismo en mis aposentos
internos. “Habrá menos paro”, verbalizo con voz menuda, casi
tan fina que la cuesta sostenerse. Recuerdo entonces haber leído en algún medio
la impertinente pregunta:
“¿Qué puede hacer el parado para acabar con el paro?”.
Capciosa paradoja, irresoluble.
Y ahí, mi mente
acciona el silogismo: El empleo es una cadena extensiva a todos
los sectores laborales. La economía y la buena gestión de
medios rigen su circulación.
Si este eslabón falla de forma rotunda la cadena se rompe.
Crear empleo requiere un
arduo esfuerzo por parte de las más destacadas instituciones
representativas
gubernamentales y privadas; sentadas frente a frente, han de
darse la mano. Y no digo
que sea fácil llevarlo a cabo, subjetivos intereses diseñan
la guerra empresarial
social, pública y privada planeando sobre la estrategia. Ni
yo soy una experta superdotada ni un chasquido de dedos lo va a resolver. Lo
sé. No gravito.
Pero, pisando suelo,
con todo el peso encima de la realidad que nos circunda arriesgo la conclusión
de que, tal vez, las instituciones antedichas podían dar más y pedir menos.
Lubricar, participando conjuntamente, el engranaje oxidado de ciertos
prometidos proyectos electorales y
empresariales – la creación de empleo o la facilidad en la
adquisición de una vivienda, que ciertas empresas
constructoras autónomas anunciaron
en su momento a bombo y platillo, por ejemplo- olvidados en un cajón por falta de medios. El
ciudadano de a pie, el de las filas del paro y las puertas cerradas ¿qué puede
hacer? Sobrevivir es la empresa.
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