Extracto de mi
artículo publicado hace algún tiempo en la revista digital Minatura
—monográfico 148 (Castellano e inglés) dedicado a la Deep Web—.
Extracto de mi
artículo publicado hace algún tiempo en la revista digital Minatura
—monográfico 148 (Castellano e inglés) dedicado a la Deep Web—.
LA
BIFURCACIÓN INTERNET
Al hablar del
anglicismo Internet estamos ante un sistema descentralizado de redes de
comunicación informática interconectadas que, hacen uso de protocolos como
TCP/IP para su óptimo funcionamiento.
Gráficamente se
representa como un iceberg de cinco niveles. El nivel tres lo ocuparía la Deep web, precedida de los
niveles uno conocido como Surface web –Internet superficial-, donde se alojan
las plataformas habituales (Google, Facebook, Twitter, Youtube…) y el nivel dos
de páginas poco profundas y menos indexadas por
los buscadores –en él están los servidores ftp y
4chan-. Que iría seguido por el
nivel cuatro, muy profundo y escabroso,
denominado Charter web –da cobijo a hackers, ciberpolicias… -. Su oscuro
contenido se describe más frenético si
cabe que la mismísima Deep web. Dicen que es la parte de mayor profundidad a la
que se puede acceder al dudar de la existencia del nivel cinco –llamado
Marianas web- tildándole de leyenda
urbana. Así que la cosa da para hablar de dos redes: la buena y la mala.
LA DEEP WEB
La Deepweb es el
asentamiento destinado a la información de las páginas invisibles que los
buscadores no logran indexar. A este ciberespacio paralelo se accede con software gratis. Tor (The Onion Router) es la
red de navegación anónima más poderosa.
Concebida a
priori para posibilitar el tránsito a la libre expresión, por ello recibió en
2005 el premio PC World catalogada como “muy superior a sus competidoras de
pago”. En los arrabales de la Darknet no hay motores de búsqueda que ayuden en
la investigación, solo listados visibles con Tor que los propios usuarios van
creando. Están contenidos en sitios abiertos como Reddit, páginas web de la
talla de Hidden Wiki o Duckduckgo. Ello la convierte en objeto de deseo para
los data brokers. La confianza, pues,
del incauto usuario que al navegar por ella cree mantener a buen recaudo su vida íntima,
profesional y comercial se ve a menudo hecha trizas. Puesto que veladamente
parapetada bajo la libertad de expresión, convierte en acciones nuestras
acciones la gran bestia de las aguas. De los suburbios a las catacumbas de la
Deep web, protagonista ella en la red de redes de una bifurcación que nos
bifurca manipulando nuestra división de opiniones –Internet sí, Internet no-,
algo se mueve, algo oscuro que, tal vez, debería inquietarnos, preocuparnos y ocuparnos. La
hipótesis de un posible manejo de nuestras cibervidas, de nosotros, marionetas delante de un telón tras
el cual, quizá, se esconde el lobo con la facultad de habitar la piel del
cordero no es algo para echarlo en saco roto.
Según un estudio
de 2011 hecho por consultoras como Bright Planet, la Internet oculta era ¡quinientas veces mayor! que la que se
nos muestra en los buscadores. Y se
sospecha que hoy esa cantidad de datos ocultos es muchísimo mayor. Se
afirma que la web profunda contiene un 95%
de toda la información recopilada
en Internet, asegurando que, sin el
entramado Tor o sus hermanos freenet y I2p sólo accedemos a un 5% que son los
contenidos de los escenarios corrientes.
Sinceramente, me permito dudar de tal porcentaje, me cuesta creer que sea
tanto. Alcanzado este punto igual peco de ingenua.
En definitiva
faltan instrumentos para argumentar un debate constructivo y documentado
cuando todo se mueve así, entre bastidores. Lo más probable es que no haya
quien pueda constatar —aunque puede ser que sí—
ese alto porcentaje ni yo puedo probar su no existencia. Todo es
hipotético. En fin, yo, aporto tan sólo mi modesta opinión.
Lo que sí es un hecho irrefutable es que al
transitar por sus dominios se recomienda no dar nunca información ni brindar
nuestra identidad. Arriesgarse en las
bases de datos de zonas profundas puede ser un suicidio. Los programas que
facilitan el tránsito ocultan la IP pero
no garantizan al cien por cien la
privacidad. No es aconsejable efectuar descargas –de páginas normales
tampoco- desde estos navegadores. Ni,
por nada del mundo hacerlo en el portal de Facebook o Twitter. Mejor evitar
irrumpir en franjas ilegales ¿por qué? Porque se corre el riesgo de ser
monitorizado por los cuerpos de seguridad del Estado y constar en el fichero
de “los sospechosos”. Entre la punta del
iceberg (esa plataforma accesible) de Internet
y la sugestiva Tor estaría el universo insondable de la web invisible.
A su favor se puede decir que existe gran
cantidad de material oficial
legítimo ocupándole los archivos. Desde
el CSI se mantiene que la mayor parte de la información de la red profunda se
custodia a buen recaudo, tratada manualmente en las bases de datos. Y que “por
eso hay calidad y fiabilidad en sus contenidos”. Pero es que resulta que, al
encubrir la localización de sus usuarios ya que es imposible de controlar,
ejecuta esta herramienta la siniestra doble funcionalidad de anidar diligencias
turbias: hackers, activistas políticos, espías, polis, ladrones, asesinos,
cibercrimen, pederastia y películas snuff
se ubican fuera de control en sus instalaciones. Y en esa línea, si hay
que mencionar algunas de las víctimas potenciales, basta llegar a las incautas
adolescentes engañadas al contactar con ellas usando este medio. Siendo
esclavizadas y prostituidas luego.
Por no añadir también,
que se presta cual santuario del terror al comercio ilegal de venta de drogas y
armas.
Visto así el conflicto personal interno está servido.
Pero cada vez surgen más medios y redes para navegar sin necesidad de registrar
la identidad real. En España tenemos la plataforma Lorea a raíz del 15-M.
Robert W. Gehl, profesor de comunicación en la universidad de Utah, estudia las
redes sociales alternativas, otras nuevas formas de encontrarse en la red. Y en
el proyecto S-Map compila su testimonio.
Y ya que
nos ocupa el lado malo, hablando de los archifamosos hackers, expertos en robar
información y causar estragos, mostraríamos una de las partes más patéticas e
inquietantes de la invisible web. Hace cosa de dos años un informe de Forrester
delataba la proliferación alarmante de virus en las apps de redes sociales; y
troyanos que sondean contraseñas financieras o perfiles que sumar a programas
maliciosos de compra y venta para sus contactos. Espionaje industrial se denomina, ya
se sabe –se da entre empresas-. El
panorama mundial está lleno de grandes y destacados expertos en
telecomunicaciones que afinan mucho el ingenio —llamémosle talento de la
maldad, si se quiere— a la hora de sacarle punta a la red y sus trucos de
alfiler, desencriptando los atesorados datos de los usuarios.
Pues interfieren
estos sujetos a distancia dejando inutilizadas las instalaciones, operan
fraudes en transferencias bancarias,
alteran un registro, se hacen con las claves… Así obtienen información ¡de la
propia Casablanca! como ya trascendió en su momento. Se desaconseja, por eso, teclear en el pc direcciones no indexadas.
Pero… ¿cómo detectarlas, cómo saber de antemano si una dirección se ubica en el
término municipal de la Deepweb? Porque es obvio, cuando uno quiere descubrirlo
si se le niega el acceso a sus contenidos, previamente ha podido teclear los
códigos de ese determinado sitio.
Bueno, ella es sólo un instrumento coadyuvante. No; no
estoy contra Internet. Ni contra su
bifurcación —superficial y profunda— ni contra su trifurcación —red superficial, red profunda y Tor—. Por
aquello de que me defino de talante
racional, analizo que tiene sus beneficios gubernamentales o periodísticos hace
buena labor al proteger la identidad de algunos reporteros que, en zonas de
conflicto se las ven denunciando de forma comprometida, salvajes execrables
actos, arriesgando, muchas veces, su vida. La cuestión estriba en establecer dónde
está el límite de lo aceptable.
Conviene no olvidarlo. Aunque numerosos son
los documentos que niegan los tejemanejes de la Internet profunda alegando transparencia, privacidad y
seguridad, proyectos turbios, en fin, concebidos para llenarse los bolsillos en
esta región oculta de la nube hay a montones.
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