¡Hola, amigos! Traigo un cuento navideño mío que la
Asociación blogguer publicó en una antología digital las pasadas navidades.
El libro consta de
nueve relatos cuidadosamente seleccionados, muy bonitos y tiernos, de verdad. No
os los perdáis, a mí desde luego me gustaron. Para leerlos solo tenéis que
descargar el ejemplar ya que es gratuito.
LA
SEGUNDA SALVACIÓN DE LA NAVIDAD.
Por aquellos días de Navidad había mucha gente en casa. Entre propios y
ajenos el feliz acontecimiento incrementó el bullicio. La familia estaba a
punto de aumentar. María, mi hermana mayor, la primera de los cinco hermanos,
estaba encinta, a punto a puntito, vamos, que si se descuida, le nace “Jesusin” en el pesebre de la huerta
esa misma tarde. Sí; en el mismísimo pesebre de los bueyes. Y todo coincidiendo
con la fecha del nacimiento del Niño Jesús, ya digo, que entre paja nació en un
comedero, según cuenta la historia. A la pobre “Teresita” se la mencionaba sólo
“para evitar que esta vez pase lo mismo y un mal parto se lleve a Jesusin”. Eso
mi madre, que ahogando los sollozos con el moquero no dejaba de lamentarse.
-Sufro la desgraciada desaparición de mi retoño del alma, mi pobre niña la menor.
Hablaba mirando con temor a
su hija María, “la mayor de los cinco que fueron cuatro”.
Yo, desde el limbo lo visualizaba todo sin
ser visualizada. Una estrella de Oriente me guio hasta la nube que habito. Mi
padre, el Raimundo Campo Santos, enterrador de toda la vida, apodado el
“Camposantos” por razones obvias, ya ocupaba, también, otra de las nubes
vecinas en la misma megarregión celeste.
Avisaron
prestos a la partera.
-Es niño -predijo la adivina,
ya con el mandil puesto, palpando en
trance los granos del cereal.
Se arrimaron a la lumbre potes de agua y
calderos que, al ser vaciados en cubos de cinc y palanganas desconchadas hicieron su servicio. Y, ya que la cosa venía
con enjundia y solera, el curandero aplicó unas hierbas a la vieja usanza.
-Remedios caseros, emplastos y sahumerios amortizan
dolores aromatizando de paso las dependencias.
Él aún
no estaba, pero su sombra nimbada de esperanza había llegado ya. En cuanto se
corrió la voz acudió la vecindad de la aldea. Unos llevaban bizcochada y miel
virgen de sus propias colmenas, otros, chocolate; y no faltó leche recién ordeñada de las
cabras y vacas nutridas en las cercas. Con galletas y hogazas horneadas a la
piedra se presentó el panadero, con mantecados la pastelera. Bien frescos eran los
huevos que regaló la vendedora de autóctonos.
-Recién puestos vienen por
las gallinas del corral, para alimentar como dios manda a la parturienta –decía
sacudiéndose la saya.
Pero
ella, rotas las aguas ya, tuvo sus antojos pidiendo higos y dátiles.
El
trasiego fue continuo esa noche en el poblado de La Cascada. Hasta el
semiderruido puente de Las cuatro cruces
atravesaron, accediendo por el camino vecinal, los pastores de la pedanía para
no perderse “lo de El Niño”. El de los bueyes, que era el más joven, acabó con
el pantalón de pana embarrado al rescatarle de una gavia, cerca del atajo que
lleva a los vestigios del fuerte. A otro se le voló el deshilachado sombrero de
paja estando casi a punto de atravesar el ramal del coto. De camino, en la
tasca, tampoco les importó tomarse unas pintas con esas pintas. Así,
enaltecidos se les barruntaba la fe al llegar a la vieja casona de piedra y
musgo en el barrio de Los hechizos.
-No nace un niño cualquiera
-verbalizaban los agro-pecuarios alrededor de las copas de aguardiente, ya
dispuestas en las mesas de caballete-. Es el hijo de María Magdalena y de José,
el carpintero.
Luego, lo comentaron en corrillo fieles a
la verdad “aunque el abuelo fuese enterrador”, puntualizó el sesentón de la
boina que ya lucía una buena lámpara en la camisa a cuadros. Era hora avanzada.
Lentamente se puso a nevar. Mozos hubo que aprovecharon para hacer un guiño a
las mozas invitándolas a la verbena del domingo. Mi hermana Marta parecía lela,
como si la hubiera dado un “pasmo”; y mi único hermano no se separaba del fogón
para no descuidar el sustancioso caldo del cerdo, hecha la matanza los días
previos. Arreció la nevada.
Cuatro velas alumbraban las esquinas del
cuartucho proyectando, ampliadas, el balanceo de sus sombras en las paredes de
adobe. Resaltaban sobre el fondo las manchas de humedad, le conferían cierto aire fantasmagórico a la
escena. En ellas descubrí numerosas realidades ocultas. De un vistazo vislumbré
en la rústica estancia los objetos y objetivos que perseguí desde el pasado con
ganas de vivir el presente cuando hallé mi futuro en el ahora. Captó mi
atención la fotografía en blanco y negro de mi madre, Angustias Oros de la
Calle, descendiente del alfarero, conmigo dentro ya en estado avanzado; se dejaba ver enfrente, a través de la puerta
entreabierta de la alcoba. A la derecha,
colgando del cuarteado muro, la sobada estampa de un viejo almanaque sugería una
sobria reproducción del tríptico de La Sagrada Familia. Pero yo me las vi un rato largo poniendo el
punto de mira en la significativa bandeja del oro el incienso y la mirra. No; no escapaba a mi control que allí, en el
tránsito, al limpiar la sangre, se oyeron voces de origen traspasado. Nadie
advertía que sobre el halo de la palmatoria flotaba una nube, o quizá repararon y se consideró
“una cuestión menor”. Entonces fue cuando empecé a llorar; las lágrimas se
colaban rebeldes, destiladas del pozo de mis deseos y añoranzas inundaban mis
mejillas. Paró la nieve dejando paso a una suave llovizna.
Y llegó. Hibridado
de ADN espiritual y carnal.
-El milagro de la
reencarnación y la vida -solo las
emociones, al coparles la garganta, impidieron los vítores.
A mi manera yo le enviaba besos, algunos
morían dispersos en el aire. Su reencarnación era mi reencarnación. Se le ofrendó de botafumeiro y todos
se santiguaron con agua del manantial que el cura había bendecido en la
escudilla.
En ese preciso instante la fugaz sombra de un ángel se dejó ver
envolviendo la piel desnuda de El Niño Jesusin. De esa guisa fue presentado
frente al belén. Y puesto que la historia se superpone a otra versión, otros
acontecimientos, ya nadie tuvo dudas: aquello era el anuncio de la Parusía. La
segunda Salvación.
Mari Carmen Caballero
Álvarez.
Pincha aquí para
descargar el libro. Es gratuito.
Dejo los enlaces
donde se puede leer otro cuento mío de temática navideña:
¡Hola! El relato del año pasado lo leí en esta antología en la que somos compañeras :) . Y acabo de leer el segundo relato que indicas. Te he dejado mi opinión en su entrada, precioso relato.
ResponderEliminar¡Felices Fiestas!
¡Hola! Sí, recuerdo tu opinión en su momento de este relato. Te gustó y creo memorizar que valoraste de forma positiva la voz que empleo en la narración. Las dos nos alegramos de la feliz coincidencia, una vez más, de ser compañeras de antología. A mí me gustó el tuyo, me pareció muy original, confiaba verlo publicado esta Navidad en tu blog. Le echo de menos. Aún no es tarde, igual te decides. Gracias por pasarte, M.A. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Felices fiestas!
Mari Carmen C.