jueves, 22 de diciembre de 2016

MIS CUENTOS DE NAVIDAD.





¡Hola, amigos! Traigo un cuento navideño mío que la Asociación blogguer publicó en una antología digital las pasadas navidades.

 El libro consta de nueve relatos cuidadosamente seleccionados, muy bonitos y tiernos, de verdad. No os los perdáis, a mí desde luego me gustaron. Para leerlos solo tenéis que descargar el ejemplar ya que es gratuito. 


LA SEGUNDA SALVACIÓN DE LA NAVIDAD.
 
    Por aquellos días de Navidad  había mucha gente en casa. Entre propios y ajenos el feliz acontecimiento incrementó el bullicio. La familia estaba a punto de aumentar. María, mi hermana mayor, la primera de los cinco hermanos, estaba encinta, a punto a puntito, vamos, que si se descuida,  le nace “Jesusin” en el pesebre de la huerta esa misma tarde. Sí; en el mismísimo pesebre de los bueyes. Y todo coincidiendo con la fecha del nacimiento del Niño Jesús, ya digo, que entre paja nació en un comedero, según cuenta la historia. A la pobre “Teresita” se la mencionaba sólo “para evitar que esta vez pase lo mismo y un mal parto se lleve a Jesusin”. Eso mi madre, que ahogando los sollozos con el moquero no dejaba de lamentarse.
 -Sufro la desgraciada desaparición de mi  retoño del alma, mi pobre niña la menor.
Hablaba mirando con temor a su hija María, “la mayor de los cinco que fueron cuatro”.   
   Yo, desde el limbo lo visualizaba todo sin ser visualizada. Una estrella de Oriente me guio hasta la nube que habito. Mi padre, el Raimundo Campo Santos, enterrador de toda la vida, apodado el “Camposantos” por razones obvias, ya ocupaba, también, otra de las nubes vecinas en la misma megarregión celeste. 
   Avisaron prestos a la partera.
-Es niño -predijo la adivina, ya con el mandil puesto,  palpando en trance los granos del cereal.
   Se arrimaron a la lumbre potes de agua y calderos que, al ser vaciados en cubos de cinc y palanganas desconchadas  hicieron su servicio. Y, ya que la cosa venía con enjundia y solera, el curandero aplicó unas hierbas a la vieja usanza.
 -Remedios caseros, emplastos y sahumerios amortizan dolores aromatizando de paso las dependencias.  
   Él aún no estaba, pero su sombra nimbada de esperanza había llegado ya. En cuanto se corrió la voz acudió la vecindad de la aldea. Unos llevaban bizcochada y miel virgen de sus propias colmenas, otros, chocolate;  y no faltó leche recién ordeñada de las cabras y vacas nutridas en las cercas. Con galletas y hogazas horneadas a la piedra se presentó el panadero, con mantecados la pastelera. Bien frescos eran los huevos que regaló la vendedora de autóctonos.  
-Recién puestos vienen por las gallinas del corral, para alimentar como dios manda a la parturienta –decía sacudiéndose la saya.
   Pero ella, rotas las aguas ya, tuvo sus antojos  pidiendo higos y dátiles.
  El trasiego fue continuo esa noche en el poblado de La Cascada. Hasta el semiderruido  puente de Las cuatro cruces atravesaron, accediendo por el camino vecinal, los pastores de la pedanía para no perderse “lo de El Niño”. El de los bueyes, que era el más joven, acabó con el pantalón de pana embarrado al rescatarle de una gavia, cerca del atajo que lleva a los vestigios del fuerte. A otro se le voló el deshilachado sombrero de paja estando casi a punto de atravesar el ramal del coto. De camino, en la tasca, tampoco les importó tomarse unas pintas con esas pintas. Así, enaltecidos se les barruntaba la fe al llegar a la vieja casona de piedra y musgo en el barrio de Los hechizos.  
-No nace un niño cualquiera -verbalizaban los agro-pecuarios alrededor de las copas de aguardiente, ya dispuestas en las mesas de caballete-. Es el hijo de María Magdalena y de José, el carpintero.   
    Luego, lo comentaron en corrillo fieles a la verdad “aunque el abuelo fuese enterrador”, puntualizó el sesentón de la boina que ya lucía una buena lámpara en la camisa a cuadros. Era hora avanzada. Lentamente se puso a nevar. Mozos hubo que aprovecharon para hacer un guiño a las mozas invitándolas a la verbena del domingo. Mi hermana Marta parecía lela, como si la hubiera dado un “pasmo”; y mi único hermano no se separaba del fogón para no descuidar el sustancioso caldo del cerdo, hecha la matanza los días previos. Arreció la nevada.  
    Cuatro velas alumbraban las esquinas del cuartucho proyectando, ampliadas, el balanceo de sus sombras en las paredes de adobe. Resaltaban sobre el fondo las manchas de humedad,  le conferían cierto aire fantasmagórico a la escena. En ellas descubrí numerosas realidades ocultas. De un vistazo vislumbré en la rústica estancia los objetos y objetivos que perseguí desde el pasado con ganas de vivir el presente cuando hallé mi futuro en el ahora. Captó mi atención la fotografía en blanco y negro de mi madre, Angustias Oros de la Calle, descendiente del alfarero, conmigo dentro ya en estado avanzado;  se dejaba ver enfrente, a través de la puerta entreabierta de la alcoba.  A la derecha, colgando del cuarteado muro, la sobada estampa de un viejo almanaque sugería una sobria reproducción del tríptico de La Sagrada Familia.  Pero yo me las vi un rato largo poniendo el punto de mira en la significativa bandeja del oro el incienso y la mirra.  No; no escapaba a mi control que allí, en el tránsito, al limpiar la sangre, se oyeron voces de origen traspasado. Nadie advertía que sobre el halo de la palmatoria flotaba  una nube, o quizá repararon y se consideró “una cuestión menor”. Entonces fue cuando empecé a llorar; las lágrimas se colaban rebeldes, destiladas del pozo de mis deseos y añoranzas inundaban mis mejillas. Paró la nieve dejando paso a una suave llovizna.   
   Y llegó. Hibridado de ADN espiritual y carnal.
-El milagro de la reencarnación y la  vida -solo las emociones, al coparles la garganta, impidieron los vítores.
  A mi manera yo le enviaba besos, algunos morían dispersos en el aire. Su reencarnación era mi  reencarnación. Se le ofrendó de botafumeiro y todos se santiguaron con agua del manantial que el cura había bendecido en la escudilla.
   En ese preciso instante  la fugaz sombra de un ángel se dejó ver envolviendo la piel desnuda de El Niño Jesusin. De esa guisa fue presentado frente al belén. Y puesto que la historia se superpone a otra versión, otros acontecimientos, ya nadie tuvo dudas: aquello era el anuncio de la Parusía. La segunda Salvación.

Mari Carmen Caballero Álvarez.


Pincha aquí para descargar el libro. Es gratuito.




 

 


  

Dejo los enlaces donde se puede leer otro cuento mío de temática navideña:




 





 

2 comentarios:

  1. ¡Hola! El relato del año pasado lo leí en esta antología en la que somos compañeras :) . Y acabo de leer el segundo relato que indicas. Te he dejado mi opinión en su entrada, precioso relato.
    ¡Felices Fiestas!

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  2. ¡Hola! Sí, recuerdo tu opinión en su momento de este relato. Te gustó y creo memorizar que valoraste de forma positiva la voz que empleo en la narración. Las dos nos alegramos de la feliz coincidencia, una vez más, de ser compañeras de antología. A mí me gustó el tuyo, me pareció muy original, confiaba verlo publicado esta Navidad en tu blog. Le echo de menos. Aún no es tarde, igual te decides. Gracias por pasarte, M.A. Un abrazo.
    ¡Felices fiestas!

    Mari Carmen C.

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