viernes, 3 de julio de 2015

MINATURA. MI ARTÍCULO: VUESTRA OPINIÓN ME IMPORTA






MI ARTÍCULO PUBLICADO EN CASTELLANO  E INGLÉS POR LA REVISTA DIGITAL MINATURA EN SU NÚMERO 142, DEDICADO A LA WEIRD FICTION, CON LUJOSA ILUSTRACIÓN -DEEP  ONE- A CARGO DEL CUBANO  PAVEL LUJARD. DICHO DOSSIER, YA LO SABÉIS, ESTÁ ESPECIALIZADO EN EL CUENTO BREVE DEL GÉNERO DE FANTASÍA, CIENCIA FICCIÓN O TERROR. Y ADMITE POEMAS, ILUSTRACIONES, CÓMICS Y  ARTÍCULOS EN SU MATERIAL DE COLABORACIONES A LAS QUE PUEDE ACCEDER SIN GRANDES EXIGENCIAS CUALQUIERA. NO OLVIDEMOS TAMPOCO EL BROCHECITO DE ORO: LAS DOS VERSIONES, CASTELLANO E INGLÉS, SON DE DESCARGA GRATUITA.




EL MULTIVERSO WEIRD FICTION

La Weird fiction o ficción extraña nace de los tentáculos de la ficción especulativa originada a finales del siglo XIX y principios del XX. Es una especialidad que abre su amplio espectro a elementos, macabros, sobrenaturales, míticos, científicos o futuristas entre otros, distinguiéndose del horror y la fantasía ya que es anterior a los fines comerciales de este mercado de género ficticio.

Se sabe que el narrador irlandés de cuentos y novelas góticas Sheridan Le Fanu acuñó el término y que, después, el propio Lovecraft lo tomó prestado para dar nombre a su trabajo. De igual modo se cree que Robert Heinlein popularizó el vocablo ficción especulativa haciendo referencia a él en uno de sus ensayos editoriales allá por el año 1947, aunque de su variante la literatura especulativa se conocen menciones anteriores. Desde la década de 1980 se utiliza frecuentemente tal definición para describir dentro del gremio el rebufo, que englobaría la mezcla de terror, fantasía y ciencia ficción en toda su amplitud.  



“La cosa más hermosa que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente de toda arte y toda ciencia” (Albert Einstein).  



  La imaginación y la fantasía son difíciles de explicar porque no ocupan lugar ni en el tiempo ni en el espacio. Pero lo llenan todo. La evolución, a todo nivel, de la especie humana arranca con el pensamiento simbólico.  De él nace la capacidad de crear, fantasear e imaginar, impidiendo que nuestras ideas  recorran  nuestro cerebro como un circuito  cerrado. A él le debemos el desarrollo del  lenguaje hablado, el arte, la religión y demás habilidades que definen a nuestra especie, eso que los científicos evolutivos determinan  como capacidades exclusivamente humanas. Horneado todo ello, recordémoslo, en el nacimiento del abstracto. La capacidad humana de abstracción ha sido y es un requisito esencial, imprescindible, pues, en el desarrollo  histórico. El puente de la tribu-civilización. En la ciencia ficción y toda su extensa gama de géneros y subgéneros, respetándole el hueco al fantástico, se consolida la esencia del alma porque en ese multiverso  todo cabe: ufología, vampirismo, terror, misterio regado, a veces, de humor negro… siendo el arte el cine y la literatura las más valiosas vías de expansión. De ese modo exploramos nuestra mente llegando a encontrar escondido en ella lo más insospechado. Y ahí sí, surge como de la nada lo imposible cristalizado en lo posible.


  Aunque el género de la ciencia ficción se desarrolla y madura en el siglo XX, es lícito otorgarle  un origen remoto. Su progenitora la literatura fantástica ya se escribía en la antigüedad. Lo que no se sabe a ciencia cierta es  si la escritura es una forma de expresión previa al canto y la música o fue al contrario. Establece ello un estrecho vínculo entre el escritor moderno y el antiguo, recopilando los recursos existentes en ambas épocas. Su evolución documenta de las culturas y contraculturas que superaron  la cruzada de los distintos contextos históricos. Se dice que el término  lo acuñó en 1929 el editor de una de las primeras revistas del género, Hugo Gernsback. Este autor nacido en Luxemburgo en 1884, definía la ciencia ficción de manera acertada, pienso yo, como “narraciones fantásticas entremezcladas con hechos científicos y visiones proféticas”. Sus contribuciones, junto a las de  H.G. Wells y Julio Verne, fueron importantes.  
  

Otros en cambio tratando de minimizarla la definen como un subgénero de la literatura fantástica. Y, si bien es cierto que caricaturizó versionando algunas veces valiéndose del absurdo ciertas obras, también lo es que ella misma fue caricaturizada. Es legítimo, pues,  ejercitar el ejercicio de la  weird fiction. La mente es un órgano eléctrico. Cualquier excitación, la  más inocente señal la conduce por abruptos derroteros intransitables en apariencia, difuminando prejuicios  y convencionalismos en el atajo. La ficción con ciencia y la ciencia con ficción abren una puerta a las incertidumbres que nos rondan y nos enriquece  traspasarla fantaseando, valiéndonos del libre albedrío. Ello responde a estímulos que damos en llamar materia prima. Lo que  favorece la liberación y el crecimiento incubando  el factor  humano. Nutre, de manera ilusoria o no, las constantes vitales que la conformación moral, emocional y psíquica inherente al hombre exige --un pequeño matiz irrumpe, eso sí: cuando las exigencias autoimpuestas se convierten en obsesión o sus expectativas superan nuestras capacidades,  estas pueden  copar la mente bloqueando el pistoletazo de salida creativo-. Está claro que  no solo la literatura o el cine, el periodismo o el guion o el cómic se encargan de la weird fiction;  en el arte puede encontrar esta su máximo expansionismo. Y eso bien merece el esfuerzo de destacarla como género aparte.
   

A menudo se suele etiquetar la mente de un artista abstracto de vanguardia o del surrealismo de disfuncional o alienada, ya que son
 ramas que llevan implícitas la interpretación de símbolos e imágenes que no siempre sabemos descifrar. Ocurrencias deslizadas en la perspectiva de visiones que se pudieron catalogar muchas veces de foráneas o disparatadas  –quizá el ejemplo de Van Gogh no vale ya que  parece comprobado que era esquizofrénico, pero hubo y hay bastantes falsos testimonios- no son más que el producto de una lógica mental ajena –la del autor- cuya comprensión, en algunos casos,  escapa a nuestro control cognitivo. En literatura y en otras numerosas disciplinas culturales  lo sobrenatural ha dado lugar a la creación de aberrantes y descomunales criaturas. Personajes y objetos o escenarios muy alejados aparentemente de la realidad que, al ser estudiados con detenimiento, se comprobó que  representaban aspectos y creencias alegóricas al orden social antiguo, contemporáneo o encadenado al futuro más próximo de la humanidad. 

Cierto es que en medio de la búsqueda de liberación angustiosa y demoledora, al redactar trabajos literarios, cinematográficos, televisivos, esculturales, pictóricos o viñetas y diseños gráficos podemos llegar a describir episodios personales psicodramatizados. Proyectarían estos nuestras frustraciones, miedos, deseos, temores, fobias, traumas y angustias acumuladas, haciendo diana en la etiqueta raros. ¿Pero qué son las bellas artes entonces? Un escorzo de la realidad misma enmarcado en esa misma realidad. Una vía de escape. Invenciones o deformaciones de la vida que perseguimos a imagen y semejanza cuando esta no nos vale y queremos cambiarla. Y es que al fin la realidad es aquello que nos lleva a creer en lo irreal negándose, a veces, hasta ella misma.
   

  Siguiendo la estela de la evolución humana es como mejor se aprecia el valor que el abstracto y el pensamiento lógico aportaron a su crecimiento. Es natural pensar que las pautas de este  logro soberbio las marcaron  los hombres de las cavernas. Asentadas, según los estudiosos, en creencias surrealistas   -a pesar de sus dibujos realistas- ya que se guiaban por la convicción de cazar con más facilidad si representaban en sus pinturas a los animales.

 Aquellos prehistóricos usando desconocidos métodos y técnicas al parecer irrepetibles, aprovecharon recursos naturales elaborando logradísimos pigmentos que, ni el estudio minucioso de expertos contemporáneos ha sabido desentrañar. Dichas capacidades humanas si bien no tienen límites, no siempre fluyen sin bruñir la lámpara cerebral. El manejo de la física y  la  química de la fantasía y la ciencia ficción rompe moldes; desbarata los clichés que hacen de nuestro cerebro un circuito cerrado. Sus amplias estancias se abren con sus luces y sus sombras al desarrollo de cualquier disciplina, cualquier estilo que se precie. Es un hecho que toda expresión artística ubicada en territorio ficticio obedece las leyes de la libre  experimentación, imponiendo la mecánica aperturista de practicar, investigar, descubrir, experimentar… géneros, plurigéneros  o sus  primos  hermanos  los subgéneros. Recurriendo a  ciencias raras, alegando, pseudociencias, ficciones  extrañas, metafísicas, de bolsillo,  de andar por casa o las más disparatadas o las más frikis o lo que sea. La cosa exige pillarle los ángulos a la ficción desde todas las perspectivas. Meterla en la sala de espejos trucados de nuestro cerebro. 

Mente simbólica: el Big Bang  humano  que hizo  plausible el arte escrito, esculpido, pintado, abstracto o vanguardista. Y como no, la literatura prospectiva, rara y menos rara, el cine, teatro, poesía…Conquistando los reductos de las diferentes culturas abiertas llegaríamos al arte conceptual, el cual hace pleno en la especulación  intelectual  y sus connotaciones filosóficas. ¡Que la ciencia ficción es arte y el arte es ciencia ficción! Un arte imprescindible. Y dado que alcanza todos los rincones, concedamos su justa importancia al arte,  al arte en toda su extensión, digo, dentro de la categoría que nos ocupa. Ya que incursiona en ella el abstracto  como una modalidad estética de ficción extraña que abre, sin limitaciones, espacio a esas oportunidades, convirtiéndonos en bellas artes al creer en la  construcción propia de estas.   

No exageramos al tildar a la weird fiction como un instrumento más de los muchos disponibles en nuestro extenso bagaje. Aceptándola, pues, como elemento inexcusable no es descabellado asegurar que se erige como la musa de la realidad. De toda la realidad: cercana y lejana en el espacio tiempo. Constituyendo  mayormente las ciencias físicas, naturales y sociales la materia prima. Visto así pudiera considerarse la ficción extraña el Santo grial de la raza humana. Y creo que no andaríamos mal encaminados. Al practicarla hacemos asequibles, mentalmente,  a través de este estilo plataformas existentes pero inalcanzables –en el espacio, el tiempo… -, sirviéndonos de avances tecnológicos contemporáneos, futuristas y retrofuturistas. La teletransportación es un medio  muy usado en la ciencia fi, lo hemos visto, por ejemplo, en las fascinantes historias de Star Trek. De los superpoderes,  del entrelazado o la superposición hemos sabido también por ella, aunque son competencia estas de la física experimental.    


 Aburridos de una escritura y un arte convencional manido y circunspecto,  la intriga  rayana en la ansiedad invita a explorar las interconexiones fundadas  y sus extensos aledaños. Ante la necesidad de cambiar las cosas o, quizá cambiarnos a nosotros mismos, cuando no estamos a gusto en nuestra propia piel o nuestro espacio vital  se nos queda pequeño, las nuevas realidades creadas por las mentes inquietas pueden ser la manifestación  del arte y la literatura y el cine y todo aperturista proyecto volando a su  libre albedrio. Un oasis en el camino pobre de argumentos  redundantes. En ellas y los sucedáneos derivados se pueden crear máquinas inteligentes que nunca serán más inteligentes que la inteligencia que las parió.  Narrar, representar, filmar, dibujar viajes interestelares, conquista del espacio, cualquier hecatombe terrestre y cósmica, procesos evolutivos humanos por mutaciones, progreso de los robots, la misma realidad virtual, la existencia de civilizaciones alienígenas… con el desarrollo de actos en un tiempo pasado, presente o futuro. Y crear, incluso, tiempos alternativos fuera de la realidad conocida. Sin pasar por alto que los escenarios pueden ser, también,  espacios físicos reales o imaginarios, terrestres o extraterrestres. Respecto a los personajes suelen seguir patrones antropomórficos desembocando en la creación de robots, androides, ciborgs  o criaturas no antropomorfas dotadas de inteligencia.

   
Aunque la opinión generalizada es que la ciencia ficción nació con la revolución industrial y Julio Verne, en gran parte de la literatura griega hemos podido observar que imperan tradiciones fantásticas;  como ejemplo basta citar  La odisea, de Homero. Especificando que no está del todo claro, pudiera ser según ciertos testimonios antiguos que Luciano de Samósata  - 125 d. c.- escribiera un relato que narra un viaje a la Luna. De ser verdad sería este muy anterior, por supuesto,  al escrito por  Julio Verne. Y una  batalla  interestelar se atribuye al historiador Herodoto  “padre de la historia”, en la que habría mencionado serpientes voladoras y hormigas gigantes buscando oro en la India. A los griegos les fascinaba lo exótico y el descubrimiento de nuevos mundos. Tanto que, en los escritos del mundo antiguo cuesta, muchas veces, dilucidar qué era real y qué era ficticio, ya que no delimitan fronteras con trazo grueso. Al reseñar, por lo tanto,  la ciencia fi, no hablamos, pues, de una rama minoritaria sino de literatura universal. Luego, ya con la revolución industrial en escena destaca Frankenstein  –Mary Shelley- como la primera obra  del género publicada en 1818. 

En el siglo XIX  llegaron las muy famosas  obras del ya mencionado Julio Verne,  plagadas de argumentos apoyados en determinados principios científicos y tecnológicos. Ellas son las que brindarían al público la sorpresa de su capacidad no sólo inventiva sino anticipativa a hechos y adelantos;  situando, por ejemplo, la lanzadera de su Viaje a la luna en Cabo Cañaveral –Florida-, lugar exacto desde donde hoy la Nasa lanza sus cohetes. En La isla con hélice, habla de información global con cableado y telefoto,  transmitiendo imagen y sonido. No estábamos, pues, ante meras cuestiones acientíficas. En uno de sus relatos cortos – Las islas voladoras-, Chejov parodiaba el estilo julioverniano cuando en aquellos tiempos se quiso venir a afirmar, más o menos, que la ficción no tiene ciencia ni la ciencia tiene ficción. Hasta que se demostró que se tienen la una a la otra y hacen, por cierto, en muchos aspectos buenas migas con la filosofía. 

No es fácil precisar cuándo o de qué modo incursiona la ficción en la ciencia o la ciencia en la ficción, encaminando los pasos hacia el consenso. Pero sí podemos asegurar que minimiza la eterna batalla realidad contra ficción, ficción contra realidad, homogeneizando ambos conceptos. Objetivamente no es inexacto aseverar que elementos sobrenaturales o fantásticos son piezas de legítimo ensamblaje en el género de ficción sin más, sin coletillas, ningún subgénero, pues, se adjudicaría la exclusiva ni la patente. 


  Pero  es que desde siempre, la imaginación se ha  inventado  y se ha  reinventado reciclada en el molde de los más inesperados subgéneros. Espitas como la weird fiction dan fe de ello. Quizá la historia más interesante de la ciencia ficción y sus extrañas variaciones sea su propia historia escrita, reescrita, mil veces hecha y otras dos mil deshecha. Cuando  en momentos cruciales del  escabroso caminar en sus primeros balbuceos parecía traer los días contados,  los más desafectos al género quisieron borrarla del mapa. De manera abrumadora se evidencia  en ocasiones la aparición de mediocres estilos que desacreditan los trabajos más lucubrados y rigurosos de autores dedicados al género. Es patético. Pero existen y son muchos, la mayoría de ellos bien vertebrados y logran  transmitir sabios mensajes alcanzando logros científicos. Y ahí sí, hace pleno  el Gran Maestro Julio Verne incursionando en sus escritos una muy buena sobredosis de ciencia a conciencia. Desde ese podio  los incondicionales  la defendieron con uñas y dientes desde cualquier rama escrita, oral, pintada, esculpida, musicalizada  o poetizada. Edgar Allan Poe, fue un autor comprometido con la causa en una época emergente hacia la primera mitad del siglo XIX.   

  
Lo que  queda claro es que son los autores del siglo XX quienes la ponen cabeza, cuerpo y extremidades. Stevenson –El extraño caso del doctor  Jecky y Mr. Hyde-, Wells, London o Conan Doyle; Clarke, Sturgeon y tantos y tantos compilaron nuevas temáticas, innovando formatos constructivos celebrados por un público afecto al género y ávido de nuevas formas de expresión. Emergieron de ese modo estilos, tramas y argumentos más frescos que decían –dicen- las cosas de otra manera activando su  fortalecimiento. Entre ellos tiene su sitio la Weird Fiction. Así la encumbraron (y eso es porque la tenemos apego) al merecido  puesto  que hoy ocupa. Amazing Stories es considerado el primer fandom estadounidense de ciencia ficción. Y, claro que sí,  revistas y fanzines como el que nos ocupa sin desviarnos del tema aportan su contribución exquisita.  
   

 Y si de literatura de ficción extraña hablamos, claro que se vienen a la mente H.P. Lovecraft y H..G. Wells, ahora, ahora que están de moda los viajes en el tiempo. Ya que los dos jugaron con él, lo fabricaron lo manipularon almacenándolo y sacándolo de  la chistera, muchas veces. Para el primero el tiempo era un ser vivo que parasitó su  cerebro afincado en la obsesión La sombra fuera del tiempo, en la que su protagonista, un profesor de economía política lleva una vida tranquila hasta que sufre un extraño  colapso y cambia de personalidad, es sólo uno de los numerosos ejemplos que tenemos. Y, a Wells le pasaba igual o parecido, por lo que se deduce de su obra La máquina del tiempo, publicada en Londres en 1895. Las aventuras del viajero protagonista discurren en el futuro, en la trama se debate sobre la cuarta dimensión. La imaginación sobre alas y ruedas la puso magistralmente de relieve Julio Verne. En su obra “Dueño del mundo” crea en 1904 el coche-barco-avión “Terror”, lanzado al espacio logrando una velocidad “superior a la que alcanzan las aves”.  El autor español Eduardo Vaquerizo pone en sus escritos cierto afán en las ucronías, relatos del steampunk y postcyberpunk, experimentando también con acciones surrealistas que hacen diana en la weird fiction. 

  La lista es extensa: Isaac Asimov, Dick, Clarke, Frank Herbert, Philip K. Dick, Borges, Tolkien, Heinlein y Bradbury… La novela El fin de la infancia, de Arthur C. Clarke -1953- ha sido reeditada por Minotauro. Es una historia que logra compilar lo más grande del género, aunando a la vez razonamientos humanistas de religión, mito, ciencia… el sello de identidad de Clarke, ya se sabe: El visionario de las estrellas”. Cita con Rama, otra obra suya, es una de las más premiadas del género: en 1973 recibió el galardón Nébula y posteriormente algunos más. Al documentar con rigor científico esta novela se considera uno de los mejores ejemplos de la ciencia ficción dura. Describe el impacto de un asteroide en Italia a mediados del siglo XXI. Solaris, del satírico escritor polaco,  Stanislav Lem, es otra narración larga digna de mención. Publicada en Varsovia fue tres veces adaptada al cine: por el soviético Nicolái Nirenburg en 1968, por el también soviético Andrei Tarkovsky en 1972 y por el estadounidense Steven Soderbergh en 2012. El argumento se centra en los inútiles intentos de contactar con la civilización alienígena, en un planeta de sistema binario de estrellas al que se le presume vida inteligente. Dicho citado autor utiliza tal premisa como estudio de la psique humana –son las que más me gustan- y los límites del conocimiento científico. La saga de La Fundación, de Isaac Asimov: es una serie de unos dieciséis libros escritos entre el año 1942 al 1957 primero, y del 1982 al 1992 después, hasta la fecha de su muerte. Va del expansionismo humano en la Galaxia. 

Pero es que quizá entre tanta ficción y pseudoficción costó un poco encontrarle a la cosa la ciencia.


  Sí, porque del cine de espionaje o la literatura  policiaca salen formas y tácticas cuyas estrategias –en apariencia ficticias-  y herramientas son extrapolables, luego, a  la práctica de agentes reales.  Y es que es verdad, en el espionaje de ficción y sus tecnohazañas en ocasiones no es la invención  la que copia a la realidad, sino todo lo contrario. En la serie de televisión estadounidense, Homeland, hecha por Howard Gordon y Alex Gansa, basada en un modelo israelí –Hatufim-, el vicepresidente de los EE.UU es asesinado a distancia al hackear su marcapasos provocándole un infarto letal. Un experimento realizado por el especialista informático Barnaby Jack demostró que dicha criminal estrategia era factible en la vida real. En los guantes magnéticos que Tom Cruise utiliza en Misión: Imposible, 4, para trepar por las paredes del edificio de Dubái se ha inspirado la agencia de investigación militar estadounidense Darpa, para fabricar un modelo capaz de adherirse a superficies de cristal. Y se dice que una compañía alemana llamada Ultra Trans pretende crear un traje magnético para levitar inspirado en el que Jeremy Renner usa en esta cinta. 

  Hablando de ese cine del que no dejamos de hablar, la última entrega de Star Wars, El despertar de la fuerza, dirigida por J.J..Abrams y protagonizada por Harrison Ford,  apoyada en determinados principios tecnológicos viables posiblemente tenga más de ciencia  que de ficción. En ella –como en todas las de la saga-  las herramientas usadas en su mundo parece que hayan sido pensadas para  el mundo real. El uso de armas de contacto –sable de luz-  combinado con situaciones tradicionales como la creación de dos órdenes guerreras, los Jedi y los Sith, recrean un mundo muy real dentro de un escenario de irrealidad que, su creador, George Lucas, supo avivar magistralmente. A él, por cierto,  se le piensa dedicar un museo en Chicago, todo un moderno edificio de 400.000 metros cuadrados  reservados a la saga galáctica y  piezas personales. Ma Yansong ha sido el arquitecto elegido para el proyecto.


  Otras películas del gremio dejan caer catástrofes naturales argumentando tramas que son posibles, al parecer, en la vida real. Basándose en el film  Huracán, del realizador  Daniel Lusco -nacido en Pueblo (Colorado, EE.UU)- se dice que un hipercán, un cúmulo de destructivos huracanes que arrastraría vientos de hasta 965 kilómetros por hora, es en teoría posible. Se contempla, incluso, la posibilidad de su intervención en la muerte de los dinosaurios. Y tenemos la película Sunshine, dirigida por Danny  Boyle  en 2007, con las partículas q-balls que producen la muerte del Sol atacándole desde el interior; algo que pudiera suceder de verdad y que causaría la muerte de las personas, según los vaticinios. Expone  la cinta australiana de 2014, These final hours (Las últimas horas),  del director Zak Hilditch, un incendio que aniquila el planeta en menos de doce horas a causa de la caída sobre él de un meteorito. O Interstellar,  estrenada en noviembre de 2014, de su dirección se ocupa Christopher Nolan. En ella, debido a las tormentas de polvo mueren las cosechas. Esto pone a la humanidad en la tesitura de encontrar un planeta habitable sustituto de la Tierra; si no lo hallan la hambruna les consumirá. Existen, al parecer, precedentes reales de ello en los años treinta. Y pudiera ser que esté sucediendo actualmente en algunas zonas de China, según escritos de algunas revistas. 

  Siguiendo la estela de hechos asombrosos ya se habla en algunos medios de divulgación  cientificista de la probabilidad de  que habitemos un Universo bidimensional. Y yo  me pregunto: ¿cómo es posible que seamos seres tridimensionales entonces? A lo mejor es preciso escuchar la voz de un escultor, de un arquitecto o la de un pintor o un músico que nos acerca al descubrimiento de esos mundos desconocidos instalados en nuestro mundo real. Ya sea creando multiversos en el espacio, metidos intrusos en lo policiaco o salidos de un considerable número de mondadientes como ha hecho el artista nacido en Rochester –Nueva York- , Stan Munro, al replicar, en miniatura, con este material la mismísima torre Burj (Dubái), uno de los edificios mundiales más célebres. Ahora, en el siglo XXI, nace el proyecto Neonymous, del músico  bilbaíno –aunque afincado en Burgos- , Silverio Cavias, quien nos sumerge en una travesía que va desde la prehistoria a la  modernidad. En su música transforma los ritmos primigenios en composiciones folk, jazz y  sonidos cercanos a lo experimental; combina instrumentos actuales con otros fabricados en hueso. Arte puro y duro, de verdad. Ficción real.


Echémosle imaginación. A través de la imaginación habla nuestra  voz interior: nos hace invisibles o nos deja clonados cuando no levitando. En fin, las mismas cosas de mentira se hacen verdad. Ya lo dijo Gustavo Adolfo Bécquer: “El que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo”.









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