MI ARTÍCULO PUBLICADO EN CASTELLANO E INGLÉS POR LA REVISTA DIGITAL MINATURA EN
SU NÚMERO 142, DEDICADO A LA WEIRD FICTION, CON LUJOSA ILUSTRACIÓN -DEEP ONE- A CARGO DEL CUBANO PAVEL LUJARD. DICHO DOSSIER, YA LO SABÉIS,
ESTÁ ESPECIALIZADO EN EL CUENTO BREVE DEL GÉNERO DE FANTASÍA, CIENCIA FICCIÓN O
TERROR. Y ADMITE POEMAS, ILUSTRACIONES, CÓMICS Y ARTÍCULOS EN SU MATERIAL DE COLABORACIONES A
LAS QUE PUEDE ACCEDER SIN GRANDES EXIGENCIAS CUALQUIERA. NO OLVIDEMOS TAMPOCO EL
BROCHECITO DE ORO: LAS DOS VERSIONES, CASTELLANO E INGLÉS, SON DE DESCARGA
GRATUITA.
EL MULTIVERSO WEIRD FICTION
La Weird fiction o ficción
extraña nace de los tentáculos de la ficción especulativa originada a finales
del siglo XIX y principios del XX. Es una especialidad que abre su amplio
espectro a elementos, macabros, sobrenaturales, míticos, científicos o
futuristas entre otros, distinguiéndose del horror y la fantasía ya que es
anterior a los fines comerciales de este mercado de género ficticio.
Se sabe que el narrador irlandés
de cuentos y novelas góticas Sheridan Le Fanu acuñó el término y que, después,
el propio Lovecraft lo tomó prestado para dar nombre a su trabajo. De igual
modo se cree que Robert Heinlein popularizó el vocablo ficción especulativa
haciendo referencia a él en uno de sus ensayos editoriales allá por el año
1947, aunque de su variante la literatura
especulativa se conocen menciones anteriores. Desde la década de 1980 se
utiliza frecuentemente tal definición para describir dentro del gremio el rebufo, que englobaría la mezcla de
terror, fantasía y ciencia ficción en toda su amplitud.
“La cosa más
hermosa que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente de toda arte y
toda ciencia” (Albert Einstein).
La imaginación y la fantasía son difíciles de
explicar porque no ocupan lugar ni en el tiempo ni en el espacio. Pero lo
llenan todo. La evolución, a todo nivel, de la especie humana arranca con el
pensamiento simbólico. De él nace la
capacidad de crear, fantasear e imaginar, impidiendo que nuestras ideas recorran
nuestro cerebro como un circuito
cerrado. A él le debemos el desarrollo del lenguaje hablado, el arte, la religión y
demás habilidades que definen a nuestra especie, eso que los científicos
evolutivos determinan como capacidades
exclusivamente humanas. Horneado todo ello, recordémoslo, en el nacimiento del
abstracto. La capacidad humana de abstracción ha sido y es un requisito esencial,
imprescindible, pues, en el desarrollo
histórico. El puente de la tribu-civilización. En la ciencia ficción y
toda su extensa gama de géneros y subgéneros, respetándole el hueco al
fantástico, se consolida la esencia del alma porque en ese multiverso todo cabe: ufología, vampirismo, terror,
misterio regado, a veces, de humor negro… siendo el arte el cine y la
literatura las más valiosas vías de expansión. De ese modo exploramos nuestra
mente llegando a encontrar escondido en ella lo más insospechado. Y ahí sí,
surge como de la nada lo imposible cristalizado en lo posible.
Aunque el género
de la ciencia ficción se desarrolla y madura en el siglo XX, es lícito otorgarle un origen remoto. Su progenitora la
literatura fantástica ya se escribía en la antigüedad. Lo que no se sabe a
ciencia cierta es si la escritura es una
forma de expresión previa al canto y la música o fue al contrario. Establece
ello un estrecho vínculo entre el escritor moderno y el antiguo, recopilando
los recursos existentes en ambas épocas. Su evolución documenta de las culturas
y contraculturas que superaron la
cruzada de los distintos contextos históricos. Se dice que el término lo acuñó en 1929 el editor de una de las
primeras revistas del género, Hugo Gernsback. Este autor nacido en Luxemburgo
en 1884, definía la ciencia ficción de manera acertada, pienso yo, como
“narraciones fantásticas entremezcladas con hechos científicos y visiones
proféticas”. Sus contribuciones, junto a las de H.G. Wells y Julio Verne, fueron importantes.
Otros en cambio tratando de minimizarla la definen como
un subgénero de la literatura fantástica. Y, si bien es cierto que caricaturizó
versionando algunas veces valiéndose del absurdo ciertas obras, también lo es
que ella misma fue caricaturizada. Es legítimo, pues, ejercitar el ejercicio de la weird fiction. La
mente es un órgano eléctrico. Cualquier excitación, la más inocente señal la conduce por abruptos
derroteros intransitables en apariencia, difuminando prejuicios y convencionalismos en el atajo. La
ficción con ciencia y la ciencia con ficción abren una puerta a las
incertidumbres que nos rondan y nos enriquece
traspasarla fantaseando, valiéndonos del libre albedrío. Ello responde a
estímulos que damos en llamar materia prima. Lo que favorece la liberación y el crecimiento incubando el factor
humano. Nutre, de manera ilusoria o no, las constantes vitales que la conformación
moral, emocional y psíquica inherente al hombre exige --un pequeño matiz
irrumpe, eso sí: cuando las exigencias autoimpuestas se convierten en obsesión
o sus expectativas superan nuestras capacidades, estas pueden
copar la mente bloqueando el pistoletazo de salida creativo-. Está claro
que no solo la literatura o el cine, el
periodismo o el guion o el cómic se encargan de la weird fiction; en el arte puede encontrar esta su máximo
expansionismo. Y eso bien merece el esfuerzo de destacarla como género aparte.
A menudo se
suele etiquetar la mente de un artista abstracto de vanguardia o del surrealismo de disfuncional
o alienada, ya que son
ramas que llevan implícitas la interpretación de
símbolos e imágenes que no siempre sabemos descifrar. Ocurrencias deslizadas en
la perspectiva de visiones que se pudieron catalogar muchas veces de foráneas o
disparatadas –quizá el ejemplo de Van Gogh
no vale ya que parece comprobado que era
esquizofrénico, pero hubo y hay bastantes falsos testimonios- no son más que el
producto de una lógica mental ajena –la del autor- cuya comprensión, en algunos
casos, escapa a nuestro control
cognitivo. En literatura y en otras numerosas disciplinas culturales lo sobrenatural ha dado lugar a la creación
de aberrantes y descomunales criaturas. Personajes y objetos o escenarios muy
alejados aparentemente de la realidad que, al ser estudiados con detenimiento,
se comprobó que representaban aspectos y
creencias alegóricas al orden social antiguo, contemporáneo o encadenado al
futuro más próximo de la humanidad.
Cierto es que en medio de la búsqueda de
liberación angustiosa y demoledora, al redactar trabajos literarios,
cinematográficos, televisivos, esculturales, pictóricos o viñetas y diseños gráficos
podemos llegar a describir episodios personales psicodramatizados. Proyectarían
estos nuestras frustraciones, miedos, deseos, temores, fobias, traumas y
angustias acumuladas, haciendo diana en la etiqueta raros. ¿Pero qué son las bellas
artes entonces? Un escorzo de la realidad misma enmarcado en esa misma
realidad. Una vía de escape. Invenciones o deformaciones de la vida que
perseguimos a imagen y semejanza cuando esta no nos vale y queremos cambiarla.
Y es que al fin la realidad es aquello que nos lleva a creer en lo irreal negándose,
a veces, hasta ella misma.
Siguiendo la
estela de la evolución humana es como mejor se aprecia el valor que el
abstracto y el pensamiento lógico aportaron a su crecimiento. Es natural pensar
que las pautas de este logro soberbio las
marcaron los hombres de las cavernas. Asentadas,
según los estudiosos, en creencias surrealistas -a pesar de sus dibujos realistas- ya que se
guiaban por la convicción de cazar con más facilidad si representaban en sus
pinturas a los animales.
Aquellos prehistóricos usando desconocidos métodos y
técnicas al parecer irrepetibles, aprovecharon recursos naturales elaborando
logradísimos pigmentos que, ni el estudio minucioso de expertos contemporáneos
ha sabido desentrañar. Dichas capacidades humanas si bien no tienen límites, no
siempre fluyen sin bruñir la lámpara cerebral. El manejo de la
física y la química de la fantasía y la ciencia ficción
rompe moldes; desbarata los clichés que hacen de nuestro cerebro un circuito
cerrado. Sus amplias estancias se abren con sus luces y sus sombras al
desarrollo de cualquier disciplina, cualquier estilo que se precie. Es un hecho
que toda expresión artística ubicada en territorio ficticio obedece las leyes
de la libre experimentación, imponiendo
la mecánica aperturista de practicar, investigar, descubrir, experimentar… géneros,
plurigéneros o sus primos
hermanos los subgéneros. Recurriendo
a ciencias raras, alegando, pseudociencias,
ficciones extrañas, metafísicas, de
bolsillo, de andar por casa o las más
disparatadas o las más frikis o lo que sea. La cosa exige pillarle los ángulos
a la ficción desde todas las perspectivas. Meterla en la sala de espejos
trucados de nuestro cerebro.
Mente simbólica: el Big Bang humano
que hizo plausible el arte escrito, esculpido, pintado, abstracto o vanguardista. Y como no, la literatura prospectiva, rara y menos rara,
el cine, teatro, poesía…Conquistando los reductos de las diferentes culturas
abiertas llegaríamos al arte conceptual, el cual hace pleno
en la especulación intelectual y sus connotaciones filosóficas. ¡Que la
ciencia ficción es arte y el arte es ciencia ficción! Un arte imprescindible.
Y dado que alcanza todos los rincones, concedamos su justa importancia al
arte, al arte en toda su extensión,
digo, dentro de la categoría que nos ocupa. Ya que incursiona en ella el abstracto como una modalidad estética de ficción
extraña que abre, sin limitaciones, espacio a esas oportunidades, convirtiéndonos
en bellas artes al creer en la construcción propia de estas.
No exageramos al tildar a la weird fiction como un instrumento más de los muchos disponibles
en nuestro extenso bagaje. Aceptándola, pues, como elemento inexcusable no es
descabellado asegurar que se erige como la musa de la realidad. De toda la realidad:
cercana y lejana en el espacio tiempo. Constituyendo mayormente las ciencias físicas, naturales y
sociales la materia prima. Visto así pudiera considerarse la ficción extraña el
Santo grial de la raza humana. Y creo que no andaríamos mal encaminados. Al
practicarla hacemos asequibles, mentalmente,
a través de este estilo plataformas existentes pero inalcanzables –en el
espacio, el tiempo… -, sirviéndonos de avances tecnológicos contemporáneos,
futuristas y retrofuturistas. La teletransportación es un medio muy usado en la ciencia fi, lo hemos visto,
por ejemplo, en las fascinantes historias de Star Trek. De los superpoderes, del entrelazado o la superposición hemos
sabido también por ella, aunque son competencia estas de la física
experimental.
Aburridos de una
escritura y un arte convencional manido y circunspecto, la intriga
rayana en la ansiedad invita a explorar las interconexiones fundadas y sus extensos aledaños. Ante la necesidad de cambiar las cosas o, quizá cambiarnos a nosotros
mismos, cuando no estamos a gusto en nuestra propia piel o nuestro espacio
vital se nos queda pequeño,
las nuevas realidades creadas por las mentes inquietas pueden ser la
manifestación del arte y la literatura y
el cine y todo aperturista proyecto volando a su libre albedrio. Un oasis en el camino pobre
de argumentos redundantes. En ellas y
los sucedáneos derivados se pueden crear máquinas inteligentes que nunca serán
más inteligentes que la inteligencia que las parió. Narrar, representar, filmar, dibujar viajes
interestelares, conquista del espacio, cualquier hecatombe terrestre y cósmica,
procesos evolutivos humanos por mutaciones, progreso de los robots, la misma
realidad virtual, la existencia de civilizaciones alienígenas… con el
desarrollo de actos en un tiempo pasado, presente o futuro. Y crear, incluso,
tiempos alternativos fuera de la realidad conocida. Sin pasar por alto que los
escenarios pueden ser, también, espacios
físicos reales o imaginarios, terrestres o extraterrestres. Respecto a los
personajes suelen seguir patrones antropomórficos desembocando en la creación
de robots, androides, ciborgs o
criaturas no antropomorfas dotadas de inteligencia.
Aunque la opinión
generalizada es que la ciencia ficción nació con la revolución industrial y
Julio Verne, en gran parte de la literatura griega hemos podido observar que imperan
tradiciones fantásticas; como ejemplo basta
citar La odisea, de Homero.
Especificando que no está del todo claro, pudiera ser según ciertos testimonios
antiguos que Luciano de Samósata - 125
d. c.- escribiera un relato que narra un viaje a la Luna. De ser verdad sería
este muy anterior, por supuesto, al
escrito por Julio Verne. Y una batalla
interestelar se atribuye al historiador Herodoto “padre de la historia”, en la que habría
mencionado serpientes voladoras y hormigas gigantes buscando oro en la India. A
los griegos les fascinaba lo exótico y el descubrimiento de nuevos mundos. Tanto
que, en los escritos del mundo antiguo cuesta, muchas veces, dilucidar qué era
real y qué era ficticio, ya que no delimitan fronteras con trazo grueso. Al
reseñar, por lo tanto, la ciencia fi, no
hablamos, pues, de una rama minoritaria sino de literatura universal. Luego, ya
con la revolución industrial en escena destaca Frankenstein –Mary Shelley- como
la primera obra del género publicada en 1818.
En el siglo XIX llegaron las muy
famosas obras del ya mencionado Julio Verne, plagadas de argumentos apoyados en
determinados principios científicos y tecnológicos. Ellas son las que brindarían
al público la sorpresa de su capacidad no sólo inventiva sino anticipativa a
hechos y adelantos; situando, por
ejemplo, la lanzadera de su Viaje a la
luna en Cabo Cañaveral –Florida-, lugar exacto desde donde hoy la Nasa
lanza sus cohetes. En La isla con hélice,
habla de información global con cableado y telefoto, transmitiendo imagen y sonido. No estábamos,
pues, ante meras cuestiones acientíficas. En uno de sus relatos cortos – Las
islas voladoras-, Chejov parodiaba el estilo julioverniano cuando en aquellos
tiempos se quiso venir a afirmar, más o menos, que la ficción no tiene ciencia
ni la ciencia tiene ficción. Hasta que se demostró que se tienen la una a la
otra y hacen, por cierto, en muchos aspectos buenas migas con la filosofía.
No
es fácil precisar cuándo o de qué modo incursiona la ficción en la ciencia o la
ciencia en la ficción, encaminando los pasos hacia el consenso. Pero sí podemos
asegurar que minimiza la eterna batalla realidad contra ficción, ficción contra
realidad, homogeneizando ambos conceptos. Objetivamente no es inexacto aseverar
que elementos sobrenaturales o fantásticos son piezas de legítimo ensamblaje en
el género de ficción sin más, sin coletillas, ningún subgénero, pues, se adjudicaría
la exclusiva ni la patente.
Pero es que desde siempre, la imaginación se
ha inventado y se ha
reinventado reciclada en el molde de los más inesperados subgéneros. Espitas
como la weird fiction dan fe de ello. Quizá la historia más interesante de la
ciencia ficción y sus extrañas variaciones sea su propia historia escrita, reescrita,
mil veces hecha y otras dos mil deshecha. Cuando en momentos cruciales del escabroso caminar en sus primeros balbuceos
parecía traer los días contados, los más
desafectos al género quisieron borrarla del mapa. De manera abrumadora se
evidencia en ocasiones la aparición de
mediocres estilos que desacreditan los trabajos más lucubrados y rigurosos de
autores dedicados al género. Es patético. Pero existen y son muchos, la
mayoría de ellos bien vertebrados y logran
transmitir sabios mensajes alcanzando logros científicos. Y ahí
sí, hace pleno el Gran Maestro Julio
Verne incursionando en sus escritos una muy buena sobredosis de ciencia
a conciencia. Desde ese podio los
incondicionales la defendieron con uñas
y dientes desde cualquier rama escrita, oral, pintada, esculpida,
musicalizada o poetizada. Edgar Allan Poe,
fue un autor comprometido con la causa en una época emergente hacia la primera
mitad del siglo XIX.
Lo que queda claro es que son los autores del siglo XX
quienes la ponen cabeza, cuerpo y extremidades. Stevenson –El extraño
caso del doctor Jecky y Mr. Hyde-,
Wells, London o Conan Doyle; Clarke, Sturgeon y tantos y tantos compilaron
nuevas temáticas, innovando formatos constructivos celebrados por un público
afecto al género y ávido de nuevas formas de expresión. Emergieron de ese modo estilos,
tramas y argumentos más frescos que decían –dicen- las cosas de otra manera
activando su fortalecimiento. Entre
ellos tiene su sitio la Weird Fiction. Así la encumbraron (y eso es porque la
tenemos apego) al merecido puesto que hoy ocupa. Amazing Stories es considerado
el primer fandom estadounidense de ciencia ficción. Y, claro que sí, revistas y fanzines como el que nos ocupa sin
desviarnos del tema aportan su contribución exquisita.
Y si de literatura de ficción extraña hablamos, claro que
se vienen a la mente H.P. Lovecraft y H..G. Wells, ahora, ahora que están de moda los viajes en el
tiempo. Ya que los dos jugaron con
él, lo fabricaron lo manipularon almacenándolo y sacándolo de la chistera, muchas veces. Para el primero el tiempo era un ser vivo que
parasitó su cerebro afincado en la obsesión La sombra fuera del
tiempo, en la que su
protagonista, un profesor de economía
política lleva una vida tranquila hasta que sufre un extraño colapso y cambia de personalidad, es sólo uno
de los numerosos ejemplos que tenemos. Y, a Wells le pasaba igual o
parecido, por lo que se deduce de su obra La
máquina del tiempo, publicada en Londres en 1895. Las aventuras del viajero
protagonista discurren en el
futuro, en la trama se debate sobre la cuarta dimensión. La imaginación
sobre alas y ruedas la puso magistralmente de relieve Julio Verne. En su obra “Dueño del mundo” crea en 1904 el
coche-barco-avión “Terror”, lanzado
al espacio logrando una velocidad “superior a la que alcanzan las aves”. El autor español Eduardo Vaquerizo pone en sus
escritos cierto afán en las ucronías, relatos del steampunk y postcyberpunk,
experimentando también con acciones surrealistas que hacen diana en la weird
fiction.
La lista es extensa: Isaac Asimov, Dick, Clarke, Frank Herbert, Philip
K. Dick, Borges, Tolkien, Heinlein y Bradbury… La novela El fin de la infancia, de Arthur C. Clarke -1953- ha sido reeditada
por Minotauro. Es una historia que logra compilar lo más grande del género,
aunando a la vez razonamientos humanistas de religión, mito, ciencia… el sello
de identidad de Clarke, ya se sabe: “El
visionario de las estrellas”. Cita con Rama, otra obra suya, es una de
las más premiadas del género: en 1973 recibió el galardón Nébula y
posteriormente algunos más. Al documentar con rigor científico esta novela se
considera uno de los mejores ejemplos de la ciencia ficción dura. Describe el
impacto de un asteroide en Italia a mediados del siglo XXI. Solaris, del satírico escritor
polaco, Stanislav Lem, es otra narración
larga digna de mención. Publicada en Varsovia fue tres veces adaptada al cine:
por el soviético Nicolái Nirenburg en 1968, por el también soviético Andrei Tarkovsky
en 1972 y por el estadounidense Steven Soderbergh en 2012. El argumento se
centra en los inútiles intentos de contactar con la civilización alienígena, en
un planeta de sistema binario de estrellas al que se le presume vida
inteligente. Dicho citado autor utiliza tal premisa como estudio de la psique humana
–son las que más me gustan- y los límites del conocimiento científico. La saga
de La Fundación, de Isaac Asimov: es
una serie de unos dieciséis libros escritos entre el año 1942 al 1957 primero,
y del 1982 al 1992 después, hasta la fecha de su muerte. Va del expansionismo
humano en la Galaxia.
Pero es que quizá entre tanta ficción y pseudoficción
costó un poco encontrarle a la cosa la ciencia.
Sí, porque del
cine de espionaje o la literatura
policiaca salen formas y tácticas cuyas estrategias –en apariencia
ficticias- y herramientas son
extrapolables, luego, a la práctica de
agentes reales. Y es que es verdad, en
el espionaje de ficción y sus tecnohazañas en ocasiones no es la invención la que copia a la realidad, sino todo lo
contrario. En la serie de televisión estadounidense, Homeland, hecha por Howard
Gordon y Alex Gansa, basada en un modelo israelí –Hatufim-, el vicepresidente
de los EE.UU es asesinado a distancia al hackear su marcapasos provocándole un
infarto letal. Un experimento realizado por el especialista informático Barnaby
Jack demostró que dicha criminal estrategia era factible en la vida real. En
los guantes magnéticos que Tom Cruise utiliza en Misión: Imposible, 4, para
trepar por las paredes del edificio de Dubái se ha inspirado la agencia de
investigación militar estadounidense Darpa,
para fabricar un modelo capaz de adherirse a superficies de cristal. Y se
dice que una compañía alemana llamada Ultra
Trans pretende crear un traje magnético para levitar inspirado en el que
Jeremy Renner usa en esta cinta.
Hablando de ese cine del que no dejamos de
hablar, la última entrega de Star Wars, El
despertar de la fuerza, dirigida
por J.J..Abrams y protagonizada por Harrison Ford, apoyada en determinados principios
tecnológicos viables posiblemente tenga más de ciencia que de ficción. En ella –como en todas las de
la saga- las herramientas usadas en su
mundo parece que hayan sido pensadas para
el mundo real. El uso de armas de contacto –sable de luz- combinado con situaciones tradicionales como
la creación de dos órdenes guerreras, los Jedi y los Sith, recrean un mundo muy
real dentro de un escenario de irrealidad que, su creador, George Lucas, supo
avivar magistralmente. A él, por cierto,
se le piensa dedicar un museo en Chicago, todo un moderno edificio de
400.000 metros cuadrados reservados a la
saga galáctica y piezas personales. Ma
Yansong ha sido el arquitecto elegido para el proyecto.
Otras películas
del gremio dejan caer catástrofes naturales argumentando tramas que son
posibles, al parecer, en la vida real. Basándose en el film Huracán,
del realizador Daniel Lusco -nacido en Pueblo
(Colorado, EE.UU)- se dice que un hipercán, un cúmulo de destructivos huracanes
que arrastraría vientos de hasta 965 kilómetros por hora, es en teoría posible.
Se contempla, incluso, la posibilidad de su intervención en la muerte de los
dinosaurios. Y tenemos la película Sunshine,
dirigida por Danny Boyle en 2007, con las partículas q-balls que
producen la muerte del Sol atacándole desde el interior; algo que pudiera
suceder de verdad y que causaría la muerte de las personas, según los
vaticinios. Expone la cinta australiana
de 2014, These final hours (Las últimas horas),
del director Zak Hilditch, un incendio que aniquila el planeta en menos
de doce horas a causa de la caída sobre él de un meteorito. O Interstellar, estrenada en noviembre de 2014, de su
dirección se ocupa Christopher Nolan. En ella, debido a las tormentas de polvo
mueren las cosechas. Esto pone a la humanidad en la tesitura de encontrar un
planeta habitable sustituto de la Tierra; si no lo hallan la hambruna les
consumirá. Existen, al parecer, precedentes reales de ello en los años treinta.
Y pudiera ser que esté sucediendo actualmente en algunas zonas de China, según
escritos de algunas revistas.
Siguiendo la estela de hechos asombrosos ya se
habla en algunos medios de divulgación
cientificista de la probabilidad de
que habitemos un Universo bidimensional. Y yo me pregunto: ¿cómo es posible que seamos
seres tridimensionales entonces? A lo mejor es preciso escuchar la voz de un
escultor, de un arquitecto o la de un pintor o un músico que nos acerca al descubrimiento
de esos mundos desconocidos instalados en nuestro mundo real. Ya sea
creando multiversos en el espacio, metidos intrusos en lo policiaco o salidos
de un considerable número de mondadientes como ha hecho el artista nacido en
Rochester –Nueva York- , Stan Munro,
al replicar, en miniatura, con este material la mismísima torre Burj (Dubái),
uno de los edificios mundiales más célebres. Ahora, en el siglo XXI, nace el
proyecto Neonymous, del músico bilbaíno –aunque afincado en Burgos- , Silverio
Cavias, quien nos sumerge en una travesía que va desde la prehistoria a la modernidad. En su música transforma los ritmos
primigenios en composiciones folk, jazz y sonidos cercanos a lo experimental; combina
instrumentos actuales con otros fabricados en hueso. Arte puro y duro, de
verdad. Ficción real.
Echémosle imaginación. A través de la imaginación habla
nuestra voz interior: nos hace invisibles
o nos deja clonados cuando no levitando. En fin, las mismas cosas de mentira se
hacen verdad. Ya lo dijo Gustavo Adolfo Bécquer: “El que tiene imaginación, con
qué facilidad saca de la nada un mundo”.
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