jueves, 25 de diciembre de 2014

ECOS DE LA DISTANCIA: MI CUENTO NAVIDEÑO.




Este relato lo escribí para la revista digital Ecos de la distancia. Ha sido publicado en el Especial Navidad, Ecos 4.  Lo dejo en el blog y así, si puede ser, me dais una opinión. La máxima responsable de tal proeza en formato fanzine es Estefanía Jiménez, autora del blog Ecos de la distancia. Me alegré mucho el día que descubrí dicha página, la guardé en favoritos de inmediato.


¡¡FELICES FIESTAS A TOD@S!!
 


 
Aquí mi regalo; espero no defraudar.

                   

MALVA

Al calor de la lumbre sucedía siempre. El pote hirviendo y las castañas asadas a punto, el caldero de las trébedes calentaba el agua y, a menudo, el alambique destilando aguardiente. 


   Próxima la Navidad, entre  hilos de palabras  cosía frases mi abuela y bordaba historias de sorpresas, de misterio, terror o intriga, que crecían y se multiplicaban dentro de mí, alimentando la curiosidad insaciable de mis ocho o diez años. Hasta del humo al revocar de la chimenea si se levantaba aire sacaba mi decrépita antecesora por la vía de los conjuros personajes sobrenaturales, fantásticos o endemoniados en sus truculentas apariciones. Y combinaba juegos de magia y malabarismo, de sus dedos hacía duendes y de los duendes mariposas, aunque se colara de vez en cuando algún enredo “desenrollo la madeja y vuelta a empezar”. Entonces era cuando dejaba caer algún chascarrillo. Veces hubo que, con una escoba y un sombrero de cucurucho, proyectaba en la pared su imagen de bruja a punto del aquelarre, ya que la pobre era más bien de cuerpo quebrado y solía vestir de negro. Después, sentada en la silla de anea separando con las tenazas en un azafate ochavado los frutos secos ya tostados, enlazaba al intercalar en sus relatos a los más destacados personajes navideños. Lo mismo podía contar lo del Diluvio o cualquier parábola de Jesús, que te ponía al tanto del nacimiento del niño y de todas las vicisitudes que ello le acarreó a la Virgen María cuando su hijo tuvo que nacer en un pesebre; ahondando de pleno en la tierna sensibilidad subyacente en mí. Y sólo cuando a altas horas la modorra se instalaba persistente en mis párpados, despojándome allí mismo de la falda escocesa me seguía hasta mi cuarto y me regalaba mimos sin dejar de besar mi nariz respingona. Bajo los techos abovedados de las distintas estancias sujetaba mi cuerpo bajito más bien regordete expresando enfática la recurrente retahíla: “Qué mayor estás, como quien dice, dentro de dos días tenemos en casa una mujer”. 



      Reconfortaba palpar en la cama la bolsa de agua que ella había calentado. De los Reyes Magos decía que venían de Oriente, que era  la tierra de los palacios y las riquezas, pero que recorrían el extenso trayecto muy cargados para dar algo a todos los niños “y no se puede pedir mucho, por eso”. Y enseñaba la  taleguilla del dinero que llevaba siempre cosida a la enagua. A diario la importaba  poco vestir la chambra zurcida. Pero los domingos…ella misma confeccionaba sus refajos, auténticos primores, con “labores al trapo, cadeneta y punto de incrustación”. Bien complementada de hierbas aromáticas en el quemador e incienso  planificaba ella la nochebuena, la nochevieja, el día de año nuevo y el de reyes. 


-Este año viene tu tía Felisa –decía llevándose la mano al moño con una sonrisita de oreja a oreja- , ya hemos hecho las paces. Al fin y al cabo somos madre e hija ¿no?


-Qué bien, abuela, qué bien – la tía Feli, como la llamaba mi madre, solía regalarme algunas muñecas de trapo hechas a mano por ella; un lujo. 


-A tu madre, que también es mi hija, ya la he preparado altramuces y encurtidos de cosecha propia, de nuestro huerto, ya sabes, Manoli, lo que más le gusta. Y bellotas y nueces, ¿qué te crees? Y eso que, desde que me dejó viuda tu abuelo, yo ya no soy la que era; resignación, no queda otra. Dios nos dará un cachito de Cielo. 


-¿Haremos una zambomba, abuela? –preguntaba yo sabiendo que no me lo iba a negar.

-Pues claro que se harán zambombas y lo que sea menester. Qué triste, con tus otros primos, los de la tía Reme, digo, ya no cuento –me dijo las mismas vísperas de nochebuena--. Esos desde que se fueron a Albacete…- opinaba cambiando el semblante--.  

-Mi madre ha dicho que van a venir –inventaba yo un débil consuelo, una mentira piadosa, desviando la vista para no ser pillada. 

-Qué va, desde que pasó lo de la Merche no levantan cabeza. Tiene narices, ya les digo yo, ellos perdieron a una hija con seis añitos por culpa del cáncer pero también era mi nieta y bien que me dolió. La virgen la abrigue en su manto –explicaba llorosa, enjugando las lágrimas de su marchita cara en el rudimentario mandil verde ova. 

   Y entonces, me estrechaba de aquella manera, de eso me acuerdo bien porque al aprehenderme me dolía al apretar.

-Como no se decida tu tío Pablo, el solterón,  y venga ese día…estamos nosotros y nosotros, yo no sé. Ya sabemos que no le gusta nada este clima gallego, Valencia es otra cosa, pero es mi hijo, aquí se ha criado, aquí le he parido, puñetas, se harta una. Aunque, te lo digo de verdad, Manolita, dolerme, dolerme, lo que más me duele es lo de la Remedios. Como no venga… yo no se lo perdono. Tu tía Felisa, desde Granada, ha dicho lo mismo. 

    No contesté. Me quedé callada y seria un buen rato.

   Por esas fechas  se visitaba en la parroquia del pueblo el espíritu que desde siempre transmiten estas celebraciones, la gente besaba al niño Jesús en el altar y daba sus donaciones. Pero los rezos en casa eran siempre delante del tríptico de la Sagrada Familia presidiendo el portal de belén que montábamos con musgo natural recogido del huerto. La iluminación fantasmagórica de la palmatoria, con la luz apagada, aportaba cierto aire misterioso a la atmósfera. Inducía sombras amplificadas que se confundían con las siluetas reales del clan familiar, bosquejando contornos ambiguos y rostros deslucidos propios del Esfumato. 



      Algunas veces, ante la percepción de tales desconocidas vibraciones, pensé que aquellas sombras eran espíritus ancestrales que volvían melancólicos para celebrar en familia la Navidad. En aquel instante yo, apretaba bruscamente mi recio cuerpo contra la saya de mi abuela dejando mis grandes ojos medio turquesa embalsamados un buen rato. Y ahí, Malva, volvía a reír a carcajadas esparciendo otra vez ese eco que le confería cierto aire de hechicera maléfica. Era sobrecogedor asociar las escenas creadas por tantas fábulas y tantas leyendas urbanas adornadas de encaje de bolillo y pañolón al calor de la lumbre, en la Gran Casona del patio del ciclamor. Costaba traducir el constante crepitar de los nudosos leños. “Anda, no ves que son bromas, so tonta”, me espetaba ella arreglando de un plumazo el entuerto. Recuerdo cómo abrazadas nos reíamos luego juntas  del “susto” que me había hecho pasar; y  me obsequiaba en la escudilla unas tajadas de calabaza del arrope casero o me daba miel del dispensador “para compensar”. 


     Atrás quedaban la siempre pendiente llegada del hombre del saco o la, también sempiterna, amenaza del coco. Sin embargo, he de aclarar que había cosas que no las entendía ni por la mañana, ni por la tarde ni por la noche. Cuando me decía, por ejemplo, aquello de que a los niños “les trae la cigüeña en el pico”, me copaba un torrente de preguntas que nunca me atreví a exponer en voz alta. Después, mi curiosidad preadolescente y el cerebro inquieto formaban un circulo que  no dejaba de rotar en mi cabeza. Entre los episodios alegres, tristes y emotivos -secretos cómplices co-protagonizados por ambas-  tengo siempre en mente aquellas entrañables fechas de recogimiento.



     Fueron tus últimas navidades, Malva; la tía Reme no vino. Y, dicho por ella, te aseguro que no vivirá un solo día sin arrepentirse.



    El olor y el toque de aquel hogar siguen tatuados en mi piel, son vivencias que me hicieron como soy: a fuego perduran instaladas en mi mente porque a fuego lento se hicieron, como tus guisos, abuela. Por eso sigo convencida de que no te fuiste nunca. Percibo tu densa respiración algo fatigosa en la interfaz del aquí y el allí;  a veces me escondo a propósito entre la humedad punzante de los gruesos muros de tres metros, en la vetusta casona del ciclamor. Entre sus oquedades, abrigada de telarañas abro amplio espacio a la certidumbre de que estás conmigo; con nosotros. Todavía aprecio desde el corral el olor del café recién hecho en puchero. También mi madre te siente bullir por los rincones, aunque ella no necesite desplazarse hasta el semiderruido edificio de piedra, barro y adobe, con techumbre de cabrios en sus establos. Precisamente, de sus desconchados muros cuelgan aún algunos de los cuadros de carácter religioso que tú, venerable anciana, cuidaste en vida como reliquias. El de la imagen de la Virgen y san José adorando al niño Jesús, aunque con el cristal roto y la lámina acartonada siempre me pareció muy tierno, conmovedor. Esa sobria efigie de aire conventual clavada en la pared frontal de la alcoba, coronando la foto en blanco y negro del abuelo y tú, creaba y crea una atmósfera de meditación y rezo, como si entonara música sacra. Y hasta parece, a ratos, que Dios hiciera acto de presencia. 



     Hay recuerdos que se difuminan magullados en el tiempo como escorzos de la realidad. Pero tú, Malva, no eres un recuerdo. La mitad de mí está hecha de ti, de tu raigambre. A pesar de los castigos sin postre cuando no estudiaba y de los tirones por la mañana haciéndome las trenzas a punto de partir yo a la escuela. Y sí, donde hubo fuego queda rescoldo. Un puñado de gracias, querida abuela mía, por inculcarme tan inestimables valores tradicionales no empañados de consumismo y frivolidad.
Hasta luego, Malva Rebollo Miranda. Continuarán nuestras historias en la otra vida, tan interminable ella como tus narraciones al calor de la lumbre.

 Mari Carmen Caballero Álvarez 











ecosdeladistancia@hotmail.com












2 comentarios:

  1. ¡Hola! Este relato me ha transmitido muchas sensaciones. Las descripciones de la abuela son preciosas, hay unos juegos de palabras estupendos, como el del comienzo referente a tejer, algunas partes las he leído varias veces, son muy bonitas. El relato también tiene un toque de tristeza por la ausencia de Malva, pero de esperanza al ver que no se ha ido del todo puesto que no ha caído en el olvido. Lo que sí me pregunto una cosa... entre el relato que es tan real y que al final hay una despedida con nombres y apellidos hacia la protagonista... ¿se trata de una persona real? Al menos eso parece. No parece un personaje de un relato, sino una persona de verdad.
    Un abrazo :)

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  2. ¡Hola! Me alegra que te guste el cuento. Como habrás visto lo escribí para un especial de la revista Ecos de la distancia. Y no, no está basado en un personaje real. Está pensado con vistas a fusionar una realidad aparente y ficticia. Y parece que lo consigue. Gracias por dejar tu opinión.

    ¡FELICES FIESTAS!

    Mari Carmen C.

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