lunes, 14 de abril de 2014

MINATURA, ÁREA 51: MI ARTÍCULO.



ESTE ARTÍCULO LO ESCRIBÍ PARA LA REVISTA

DIGITAL MINATURA. APARECE PUBLICADO EN

EL DOSSIER ÁREA 51.



LUCES Y SOMBRAS

La historia militar, naval y aérea de los Estados Unidos de Norteamérica, como el pasado de cualquier nación, tiene sus luces y sus sombras. Ocurre, sin embargo, que estas alumbran y oscurecen más en un pueblo que lleva manifestando reiterativo y secular el espíritu patriota y salvador del mundo. Un pueblo, en fin, al que tan sólo le faltó decir –si de veras no lo dijo- : “Yo, nosotros, unos pocos, dueños del común de los mortales”. Porque ellos hicieron del mundo una oligarquía.
   Si bien, cargar en sus anales con aciertos y fracasos no difiere en términos genéricos de la crónica de cualquier nación en la que reparemos, sí es cierto que rellena el más nutrido porcentaje de episodios negros “clasificados”. La lista sería interminable. Y la descripción de todos ellos espeluznante desde que sepultaron bajo tal palio  -material clasificado: Top Secret-, la libertad, la fraternidad y por supuesto la igualdad tan llevadas y traídas estratégicamente estudiadas por la propaganda sensacionalista de primer plano.
  La edificación del Campo de Pruebas Nucleares y de Entrenamientos  Área 51 –también llamada Groom Lake-  es una instalación de la Fuerza Aérea al oeste de los Estados Unidos en la región sureña de Nevada.
Y, anteponiendo la pena capital, destacando, por supuesto, la siempre sangrante espina de la esclavitud o metiendo en el paquete lo de el Atolón Bikini del pacífico en el archipiélago Marshall, estrechamente relacionado con el tema de ensayos nucleares que nos ocupa, es o debería ser el testimonio que obligase a dicha nación a pedirse perdón a sí misma. Ya que desarrolla  un episodio de la historia que debió surgir destinado sólo a la ciencia ficción, la fantasía, el terror  o a las tres cosas juntas. Quizá hubo que dejarlo, en fin, a la invención de una trama del cine o la televisión o la literatura. La mencionada base nuclear clandestina, cuya documentación ha sido recientemente desclasificada por la CIA a cuya custodia permanece, no ha hecho sino desempolvar tejemanejes e idas y venidas de unos pocos ilusos que, creyéndose dioses, pretendieron enterrar para siempre las cenizas de la verdad.
  Desde las coloniales civilizaciones tribales, su descarnada lucha por la independencia hasta la entrada en acción de la Guerra Fría, la clara y definida pretensión de los yankees era hacerse con la hegemonía de Primera potencia mundial. El desarrollo y perfeccionamiento armamentístico y llegar los primeros a la energía nuclear de la mano de Oppenheimer marcó las pautas aupando a los EE.UU con el triunfo. Engendrar y parir posteriormente a la OTAN, sus más fieles vasallos “defensores de la patria” consolidó el monopolio patrimonial capitalista. Ganaron el pulso y dividieron el mundo en bloques Occidental- capitalista (Estados Unidos) y Oriental- comunista (Unión Soviética). La diana fue la ONU y el que apuntaba bien reía el último.
   Posteriormente la URSS conquistaría el espacio, fueron los primeros y  se frotaron las manos. Poco pudieron hacer ya, sin embargo, el cetro lo empuñó a buen recaudo el pueblo norteamericano. Vendió bien la moto o por lo menos lo intentó –la gente no es tonta- haciendo de su capa un sayo rodeado de fieles y leales propagandistas adiestrados operó bajo cuerda, sobre el palio de la transparencia y la democracia.
    Aunque con la NASA no se les quite, pobrecillos, el continuo amargor de boca.
No pasemos por alto que aunque la NASA sea la agencia espacial que elevó al hombre a la Luna, incontestables son su poca credibilidad y sus mayúsculos errores que no vamos a describir por manidos y deprimentes. Las luces de neón no logran alumbrar unos cuantos éxitos sepultados por los escombros de garrafales fracasos – la operación del transbordador  Columbia o el Challender son  solo un par de ejemplos-.
Poco a poco se van descubriendo con cuentagotas los trapos de lejía. Acciones poco limpias, operaciones secretas y turbios entresijos forjados a puerta cerrada por los mandamás.
    Porque nada muere si permanece en el recuerdo. Por eso mismo están vivas en la memoria colectiva las execrables muertes de Sacco y vanzetti, electrocutados el 23 de agosto de 1927 en Massachussets. Sus evidentes connotaciones políticas e ideológicas son un rotundo testimonio de como la libertad, la igualdad y la fraternidad son una mentira, un señuelo.
    Y todo eso ha sucedido en la nación más poderosa y patriótica a escala mundial. También la poca seguridad de sus centrales nucleares fue denunciada por la activista Karen Skilwood, haciendo oídos sordos hubo que llegar a lo de Harrisburg en 1979.
Otro ejemplo sería el de Bill Carter Jenkins, el
afroamericano que destapó en 1968 una falsa campaña de vacunación supuestamente para un estudio de la sífilis. Era en realidad un experimento de observación en la degeneración de dicha enfermedad; 200 o más “voluntarios” murieron. La muy famosa gripe española se originó en Kansas, hoy lo sabemos.
  Área 51, como la siniestra unidad japonesa 731, frente a la que, sin ser la mano ejecutora, el gobierno americano supo mirar a otro lado anteponiendo subrepticios intereses de Estado que colocaron de alfombra a la mismísima vida humana, nació y creció entre sombras. Perfectamente pensada para la manipulación y el manejo nuclear incluyendo su perfeccionamiento y uso como baza exclusiva. Había que entrenar y se entrenaría.
  Claro está que a lo largo de los siglos al destapar la Caja de Pandora cantidad de hechos que habrían ocultado gustosos vieron la luz. El Crac de 1929, por ejemplo, a ese si que no se lo pudieron meter en el bolsillo. Aunque para ilustrar en grande lo que se quiso esconder y no se pudo tenemos el caso Watergate. Dijeron al principio que era algo imposible hasta que hubo de pagarse el precio: un Nixon abatido abandonaría contrito el sillón presidencial. Y, desde luego no fue el único, ya que el asunto dio para mucho más desencadenando una cascada de  dimisiones entre los principales del séquito. Inauguraban así  Bernstein y Woodward una nueva disciplina periodística de investigación. En fin, planes conspiranoicos gubernamentales los hubo y los hay por doquier. En cualquier rincón, en cualquier maceta se camufla fácilmente una cámara o a sueldo se dispersan por el mundo unos espías. Hombres sin rostro y cuerpo de acero que hacen el trabajo sucio. Eso si no sale el tiro por la culata. No; no son los únicos. Pero sí los más abundantes y dañinos al manejar las interconexiones mundiales: son los amos.
Y  todo se ha de hacer a conveniencia de unos intereses que alimentan el primer puesto. Si nombramos la guerra de Vietnam  faltarían cuartillas, celuloides, revistas y prensa para contarlo como pasa con los campos de concentración nazis: hasta lo de Pearl Harbor no reaccionaron. Y las motivaciones fueron más de carácter personal que humanitarias. A Hiroshima y Nagasaki les tocó; Los días 6 y 9 de agosto en 1945 un par de bombas atómicas (la cosa no admitía fallos)  devolvieron el cumplido. Los Estados Unidos de Norteamérica no podían consentir tal agravio. ¡Por dios¡ El honor.
   El argumento de varias series de televisión como Futuraza, American Dad y las películas Zoom y Groom Lake entre otras muchas han tenido muy presente esta enigmática base militar secreta cuyo tema nos ocupa.
 También ciertos videojuegos la tomaron como argumento: Área 51, Half- Life, Alien Hominid… En algunos  la conspiración ovni es la trama. En las novelas de Glen Cooper La Biblioteca de los Muertos y El Libro de las Almas se modifica el espacio y se destina al estudio de ovnis. Hay también entre otras una canción: Hangar 18 que trata de esa zona en el Área 51, la canta un grupo llamado Megadeth. Supuestamente, allí se guardan los restos del ovni de Rosswell. Incluso la Desktop, insignia de Alienware, comparte nombre con Área 51.
    No; los norteamericanos no fueron ni son los únicos que envuelven en el secretismo escabrosas operaciones.  
  En la Francia decimonónica el capitán  Alfred Dreyfus fue acusado de espía en medio de un trasfondo ideológico: su origen judío recibió el tiro de gracia. El asunto que lleva a  “El doctor Livingstone, supongo” nos traslada a una Gran Bretaña victoriana que no supo o no quiso evitar que tal capítulo histórico siga en solfa actualmente. Complementando este negro y penoso capítulo de la historia quince mil soldados polacos fueron asesinados por las tropas de Stalin en 1940, ordenando su enterramiento en el bosque de Katyn. Todo el mundo, incluso Churchill, lo negó. Lo mismo sucedió con los campos de exterminio de Auschwitz y Dachau cuando desde las propias filas internas tratando de luchar contra el régimen hitleriano el oficial de las SS, Kurt Gernstein quiso alertar al mundo de su existencia con un completo informe en 1941 acerca del desarrollo del proyecto: nadie le hizo caso. ¿Era demasiado monstruoso para ser cierto? Se hacía en realidad la vista gorda, la gente tenía miedo a explicitarlo. Y eso no es democracia, ni libertad ni fraternidad ni igualdad: eso es un largo aplauso a la distopía. La gente calló cuando debería haber hablado. Pero la memoria… ¡Ay!, la memoria y sus pertinaces técnicas de supervivencia.
      Eso es tan verdad como que el ataque a las archinombradas torres Gemelas perpetrado por Al Qaeda sirvió de argumento para definir conflictos oriente-occidentales no resueltos. La cosa vino entonces a quedar entre buenos y malos justificando así unas guerras ramificadas –todo comenzó en Afganistán- que debieron durar un suspiro, según lo previsto, pero que se prolongaron en el espacio y el tiempo socavando una economía que ya apuntaba maneras postulando la maldita crisis económica hoy dueña y señora del mundo.
   Valorando que mantener el puesto de primera potencia mundial implica aceptar las reglas del juego, se puede argumentar a favor que las cosas no han debido ser fáciles, que, seguro,  muchas veces les han dado por todos los sitios arrastrando a los de arriba a decisiones forzadas, eso es verdad, son muchos los frentes que lidian. Los chinos rondan pisando los talones y, aunque muy de reverencias ellos, bromear no bromean.
Se cuestionan sólo aquellas turbias operaciones en las cuales un puñado de sátrapas arrebataron las vidas humanas de forma calculadora y fría. En muchas de ellas los objetivos se describen ambiguos e inconclusos.   
   En el caso de la mítica área 51, zona restringida ubicada en un salar de Nevada, todo apunta al derrocamiento de la rival URSS y a la puesta en escena de prácticas poco éticas como el desarrollo de aviones espía, además de las razones nucleares y armamentísticas ya descritas. Lo cierto es que la región aparecer no aparece en ningún mapa del Gobierno. Actualmente se sabe que el espacio aéreo militar se denominó R-4808N.
   Cocido el proyecto en la zona reservada de la recámara, ya que el sitio  nunca fue declarado base secreta, algo había que decir. La verdad como en el caso de los campos de concentración nazis y no nazis era horrenda.
      El vehiculo del morbo puso en circulación inverosímiles bulos que la gente aceptaba por su magnetismo y misterio. La psicología o el lavado de cerebros eran dos significativos ases a tener en cuenta. Algo no creíble se acepta  por ley. Si otras veces había funcionado por qué no inventar y reinventar folklóricos avistamientos de ovnis, delirantes aliens, visiones surrealistas, espionajes y seguimientos, teorías conspiratorias o  falsas filtraciones civiles y militares y otras paranoias primas hermanas. En la investigación de una nave espacial extraterrestre dijeron estar ocupados; incluso con el hallazgo de Rosswell se lo relacionó  alegando que había sido encontrado material certificado. Se hizo hasta referencia a hipotéticas instalaciones subterráneas en Groom Lake, intentando ocultar sus siniestros manejos. Leyendas, mentiras visionarias y propaganda dorando la píldora. Negación de la evidencia. Los cráteres de las bombas nucleares pueden verse aún en los alrededores. La mano negra y su impronta imborrable.
   Que el logro de la energía nuclear izara a los Estados Unidos de Norteamérica a nivel de primera potencia mundial, no significa que el accidente  de Three Mile Island en Harrisbug fuera un sueño. Ni tampoco que lo de Chernóbyl o Fukushima, aunque lejos de las propias filas estos, sean unas películas, unos libros o un par de cuentos de terror y misterio.
    Si cierto es que el tiempo marca distancias, la memoria las acorta.
Corren tiempos de cierto embeleso y abotargamiento. La maltrecha economía generalizada llena –más bien vacía- las mentes obnubilando el horizonte.
 ¿Es, pues, el momento de “desclasificar” Área 51 sin que ello levante ampollas? ¡Cuidado!, nada muere si permanece en el recuerdo.

Mari Carmen Caballero Álvarez     


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