Había una pregunta
en mis tiempos –allá por los años ochenta- considerada entre
los jóvenes ante cualquier punto de encuentro la ineludible
pregunta milmillonaria:
¿trabajas o estudias?, se intentaba averiguar en cuanto uno
conocía a alguien de su
edad. Y encabezaba la pregunta, claro, el más rápido, el
primero en llegar, la chica al
chico si no le daba tiempo a este de preguntarle a ella
primero. A la respuesta,
luego de un sí o un no, le seguía casi a la velocidad del rayo
otro interrogante
multimillonario: ¿y tú?
Obedecía dicho
gesto, quizá, a un obsesivo interés de responsabilidad, trabajo y
madurez prematuros. Pero es que por aquel entonces esas
cosas eran las que nos
hacían sentir mayores. Habíamos crecido. Ante la tesitura de
un mutismo legalmente
impuesto y una mayoría de edad demorada a los veintiún años,
de forma
involuntaria perdimos mucho tiempo aguantando las ganas y
teníamos que
recuperarlo.
En el periplo de
una sociedad aperturista y casi catártica subida a la tabla de
salvación de una democracia emergente, cuyos efluvios
liberales llegaban según se
dejaba ver arrojando a la papelera, aunque no en picado sino
paulatinamente, las
castañuelas, los toros y la verbena se perdían valores que,
me parece, después hemos
querido rescatar sin éxito.
Desde luego después de un férreo régimen dictatorial
de derechas, la frase
“libertad de expresión” vendía mucho –hoy más parece un
tópico que una realidad
práctica- . Personajes del pueblo llano, grupúsculos y por
supuesto políticos que por
aquel entonces se dejaron la piel defendiendo “el cambio” hubo
muchos; y hasta la
vida se dejó mucha gente reclamando la democracia con garra
y coraje. No me
enredaré en la inserción de nombres y apellidos para no extralimitarme
otorgando visos de manual al artículo. A modo de ejemplo así
por encima dejo caer
a la comparsa Jarcha, grupo folclórico que con los más
rudimentarios instrumentos
de percusión se echó a la calle totalmente comprometido con
la causa. Cierto,
la tan ansiada transición que a muchos nos ayudó a respirar como panacea de tanta
represión y silencios contenidos nos vistió de largo.
Varias décadas
después, viendo el panorama de este contexto social que nos
enmarca cerrado a toda posibilidad, política –ya que parece
muchas veces navegar a
la deriva- , educativa –también camina con sus recortes en
dirección contraria,
o esa es la sensación- y cómo no, económica –la tan trillada crisis lo deja claro- me
pregunto si todo aquello habrá valido para algo. Para algo
positivo, quiero decir.
Que nadie me
entienda mal, ni soy antidemocrática ni
pretendo retrotraer
la rigidez ignorante y obtusa de antaño, qué va,
Dios me libre. Estoy con las libertades en toda la amplitud
de la palabra, las
apoyo y no voy nunca a involucionar hacia el franquismo y su
rigor encerrado
en el cuarto oscuro de ordeno y mando. Mis criterios
democráticos gozan, gracias
a Dios, de buena
salud y son firmes.
Es este fatídico
clima actual de incertidumbre generado por una crisis intrusa
que pareció llegar como las bailarinas de puntillas en
ademán de chitón, y el
insostenible paro juvenil y no tan juvenil que, lejos de
desembocar en el punto final
se impone depredador in crescendo, lo que hace que se
tambaleen, muy a mi pesar,
ciertas convicciones arraigadas en mis sólidos principios.
Me adentra todo
ello en reflexiones de muy hondo calado. Ahora la pregunta
aquella recurrente de mis tiempos está en el aire. Una firme
aseveración la
condena a cadena perpetua. La observación directa me guía
con desagrado
a la contemplación de la etiqueta ni-ni-ni (ni estudian, ni
trabajan ni tienen
intención de hacerlo se dice cuando los chicos y chicas tardan
en encontrar trabajo
más de lo previsto; y eso si lo encuentran) que a modo de
distintivo muchos
jóvenes llevan adosada en altorrelieve a la solapa como un
estigma. Si las cosas
están mal no hagamos del árbol caído leña. Admitiendo que se
pueda dar algún
caso de abulia y dejadez, estamos en posesión de una mentira
dañina. Y lo peor
es que lo hacemos a
conciencia. Todos sabemos que lo que hay ahí fuera, en las
filas del mercado laboral es un edulcorado “ya te
avisaremos” –por estereotipado
o por lo que sea ya
no se estila lo de “vuelva usted mañana”- .
Mi más sincero llamamiento a la serenidad y a la sensatez.
Propongo desde aquí un
profundo análisis sociológico encaminado al conocimiento de
la realidad actual que
envuelve a los jóvenes. Estoy con el bloque de los
indignados del 15-M., con
toda forma de reivindicación justa. Y me pregunto
–indignada, por supuesto- si
abriendo el futuro encerrado en paréntesis que les ronda se
harán mayores ellos
también, tal vez al afrontar
la incógnita ¿trabajas?, en su puesta de largo dirán sí.
Les ofrezco mi comprensión y mi confianza. Bien por este
colectivo que
representa el grito unánime del pueblo llano.
MARI CARMEN CABALLERO ÁLVAREZ
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